La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

ArmengolFélix Bolaños está desaprovechado

En esta empresa por la justicia igualitaria, hemos de denunciar que también hay mujeres que mienten

Una mujer mentirosa ha ganado en igualdad. Es de justicia celebrarlo en la semana del 8-M. Remitiéndonos a los hechos durante la comparecencia en el Congreso de la tercera fuerza del Estado representado por una mujer, Francina Armengol, podemos concluir que las mentiras de una mujer se juzgan de igual modo y derecho que las de un hombre: léase Pedro Sánchez. Mentir es un arte para él. Lo hace con tanto convencimiento y de manera sistémica, que la continuidad de sus mentiras para tapar una falsedad tras otra, le obligan a construir ese mecanismo de defensa al que se refería Susan Sontag por el que la mentira evita que otros te hieran, pero entonces es cuando tú te conviertes en manipulador. Buscando las siete diferencias vemos que para mentir se requieren de ciertas premisas: claridad en largumentario, discurso determinado, clara oratoria, control corporal, reñir al oyente, sentirse moralmente superior y no responder a preguntas de los periodistas. Armengol hizo todo lo contrario. Se expuso vestida de nerviosismo corporal, se mostró titubeante, sus argumentos eran tan incoherentes como contradictorios, y vertió falsedades vergonzosamente construidas a los periodistas. En esta empresa por la justicia igualitaria, hemos de denunciar que también hay mujeres que mienten y que gestionan muy mal su poder. La mujer debe ser más ejemplar, tal y como se nos sigue exigiendo, en su oportunidad para demostrar que las cosas se pueden y deben hacer de la manera correcta. Necesitamos seguir poniendo, juntas, el foco en la educación desde la infancia para acabar con los estereotipos de género. Acabar con el edadismo laboral femenino. La brecha digital que continúa manteniendo la desigualdad en el diseño de los juegos infantiles. Es importante reforzar el concepto de la economía feminista con el que superemos la falta de conexión entre políticas sociales, de igualdad y económicas. Ha de resolverse elimperioso reconocimiento de que cuidar de otras personas es un trabajo y no solo un asunto familiar privado. Dar fuerza a todas las desigualdades de género existentes, visibilizar a las mujeres intelectuales y a las científicas para convencer a las niñas de que sí se puede, acabar con la violencia sexual y de género. Dirigir desde la ejemplaridad. Pero, sobre todo, la mujer ha de demostrar más inteligencia, independencia de creencias alejadas de la ideología, para fortalecer nuestra igualdad de derechos por las trabas mantenidas, no por dictaduras políticas. La mujer ha de ser más digna para no igualarse en corrupciones.

EL ministro de Justicia nos toma por bobos. No nos respeta. El notario mayor del Reino se felicita a sí mismo en público por la Ley de Amnistía. El tipo es de los que lanza una petalada de claveles con júbilo y da un paso al frente sin complejos ni sentido del ridículo para que las flores homenajeen su portentosa cabeza y sus robustos hombros. Es un monstruo, una lumbrera de la política española, un digno legatario de Castelar, un experto cirujano de la oratoria, un certero jugador de los dardos que siempre clava en el centro de la diana. Los españoles no sabemos el pedazo de ministro que vela por nosotros. Ve lo que nadie con un mínimo de vergüenza es capaz de vislumbrar, aprecia reconciliación donde hay descaro y amenaza, anuncia la calma donde anida el conflicto, presume de altura de miras donde apestan los espurios intereses y se jacta de tener sentido del Estado cuando erosiona sus cimientos al mismo tiempo. Este hombre sorbe y sopla a la vez. No está suficientemente valorado. Su cociente intelectual está muy por encima de la media. Con una mano porta la cartera de Justicia de piel de Loewe y con la otra quebranta la separación de poderes al convertir las sentencias en papel mojado. Pero la culpa es nuestra. No sabemos lo que tenemos, no alcanzamos a ponderar suficientemente a una persona tan segura. Un individuo que se felicita a sí mismo no se encuentra todos los días, es una suerte de brillante con el máximo grado de pureza, de esmeralda colombiana, de vellocino de oro. Nosotros, torpes ciudadanos necesitados de tutela, vemos a los separatistas exigir ya un referéndum en Cataluña, pero él se felicita porque la futura ley garantizará la concordia y, además, logrará que “retorne a la política lo que nunca debió salir de la política”, que es el planteamiento más majadero que se ha oído en los últimos veinticinco años. Hay que tener el rostro duro como la pata de un paso para ser tan desahogado ante las cámaras. Bolaños tiene pocos cargos para tanta valía. Ser ministro de Justicia, Presidencia y de Relaciones con las Cortes es muy poco para su perfil. El presidente del Gobierno ha sido cicatero con este verdadero icono de la política del siglo XXI, considerado el Cicerón de Ferraz, el vicario del sanchismo en la tierra (puesto que su jefe habita en el paraíso de la Moncloa), el paladín de una progresía de vanguardia. Debió darle tres o cuatro carteras más y algún alto comisionado, como esos grandes prohombres del franquismo que presidían diputaciones y cajas de ahorros, llevaban sus negocios particulares y dirigían periódicos al mismo tiempo. Bolaños está desaprovechado como una caoba sin pulir.

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