La anduvo y la contó Chaves Nogales, Machado plantó en ella olmos secos que se erigieron junto al limonero del patio del palacio de las Dueñas, y fue para el gran poeta sevillano el sol de la infancia. Por ella se desgarraron Rocío Jurado, Antonia la Negra, Enrique Morente y Manolo Caracol; ni cantaba ni bailaba, pero jamás se perdió a Lola Flores; y fue testigo de cómo en la casa de los Parrilla de Jerez Paco y Camarón se estrecharon la mano por primera vez.

No eran las cinco en punto de la tarde cuando vio al poeta “caminando entre fusiles por una calle larga”, no. La luz asomaba, aún se divisaban las estrellas de la madrugada, mataron a Federico y “el crimen fue en Granada, en su Granada”; en sus entrañas yace el padre sin tumba a la que llevar flores; Alberti se sintió marinero en tierra contemplando las aguas que la bañan; Góngora la pobló de sonetos alambicados, Manuel de Falla la compuso, Alcántara la plasmó en el “puto folio” de Gistau y María Zambrano la pensó y afirmó que sus paisanos dicen en copla “su metafísica de la soledad, de la angustia, de la libertad”.

De Burgos fue Carmen en su árida tierra rodalquilareña antes de devenir Colombine y contarnos en femenino las guerras; por sus caminos discurrió rumbo a Salamanca un lebrijano de nombre Antonio que otorgó orden a la lengua; dicen que Picasso jamás la olvidó y que fueron algunos los que vieron a un imberbe Velázquez y a un mozalbete Alonso Cano andar por su empedrado sevillano para llegar al taller de Francisco Pacheco. Se resignó, con lágrimas en los ojos, a despedirse de un tuberculoso Bécquer que marchó al Moncayo a que el cierzo le limpiase los pulmones, y abrazó, orgullosa, a Juan Ramón Jiménez y Vicente Aleixandre cuando desde Estocolmo esculpieron su nombre en la Historia.

Sé lo que has sido, Andalucía, madre mía, sé el legado que has dejado y que alimenta en forma de sangre verde y blanca las venas de mis gentes. Sé que fueron muchas las veces que te levantaste contra grandes terratenientes y cleptócratas que te negaban el pan y la labranza de la tierra que te alimentaba. Sé que pediste libertad, sé que te merecías libertad, pero hoy te presentas, a veces, desconocida. Emerges resignada, conformista y pasiva ante una falta de oportunidades endémica. Asistes impasible ante trenecitos que tosen con el estruendo del fumador de Ducados y ante una línea ferroviaria que todavía hoy no une de manera digna tus puntos cardinales, te refugias en el jolgorio y te burlas, sin complejos, de ti misma, pero no hay rabia, no hay coraje en tu mirada. Sé lo que has sido, Andalucía, madre mía, sé de dónde vienes, pero no sé adónde vas.

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