Alfonso Guerra en Vistahermosa

Tanto tiempo después, y viendo a los que le han sucedido en el puesto, no deja de ser uno de los nuestros

Cómopasa el tiempo. Si hace algunos años nos hubieran dicho que Alfonso Guerra iba a dar una conferencia en el club El Buzo de Vistahermosa, epicentro del veraneo acomodado de la baja Andalucía por excelencia, no lo habríamos creído. Y allí estaba, americana azul sin corbata, tan cómodo en su papel de viejo prócer de la socialdemocracia más izquierdista redescubierto por tantos para los que hace tres décadas era poco menos que el diablo con cuernos, desgranando con verbo ágil y directo su particular visión de España.

Enfrente, abarrotando hasta la terraza adyacente con televisor con gente sentada hasta en el suelo, una buena representación que en cierta manera ha representado todo lo opuesto a él, con la última luz de la tarde desplegándose por poniente sobre los elegantes manteles de las mesas del selecto club, escuchaba con educada atención de colegio de pago su leído y erudito discurso, con cierto deje profesoral de discípulo de la Institución Libre de Enseñanza, plagado de referencias a la unidad de España y a la concordia perdida de la Transición, desde la visión de ese socialismo desencantado que él representa como pocos, pese a sus errores y contradicciones.

Aunque pudiera pensarse que esta incursión en zona nacional se debe a su declarado rechazo a las políticas de la actual coalición de gobierno, mucho se cuidó de hacer sangre contra los suyos (si algún ingenuo lo pensaba, es que no conocen el alto concepto de la fidelidad que tienen estos socialistas con el Partido), como tampoco por estar donde estaba evitó la crítica ácida contra el alzamiento militar que desembocó en la Guerra Civil y la larga dictadura del General Franco. En la tierra de Pemán o Muñoz Seca, resultaba curioso escuchar en la terraza del Buzo nombres como los de Fernando de los Ríos, Manuel Azaña, Indalecio Prieto o Antonio Machado.

Al final, cuando la tarde declinaba y los camareros del club se afanaban en preparar las mesas para la cena, creí ver un cierto sentimiento de reconocimiento y aprecio en el prolongado aplauso que cerró el acto. Desde luego, nadie de los allí presente lo votaría aunque así lo manifieste ufano delante de una botella de fino (Quinta), pero ello no quita para que mucha parte de su discurso no le sea para nada ajeno. Tanto tiempo después, y viendo a los que le han sucedido en el puesto, Alfonso Guerra no deja de ser uno de los nuestros.

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