Adéu Waterloo

No podemos atribuir la actual victoria de Waterloo a un triunfo de la disciplina, la constancia y la educación humanas

Encuentro en Nestor Luján una expresión hoy desconocida: “La batalla de Waterloo fue ganada en los campos de juego de Eton”, frase que se atribuyó usualmente a Wellington, y que viene a significar que el fair play, el cultivo del cuerpo y de las buenas maneras, determinaron de algún modo aquella victoria sobre el Sire. Me topo también, en la colecta de frases proverbiales de Luján, Cuento de cuentos, el posible origen de La carabina de Ambrosio, apelativo que, si hacemos caso a la musa popular, no alude a una cuestión armamentística: “Hombre chico y sin dinero,/ enamorado y celoso,/ eso le llaman en Cádiz/ la carabina de Ambrosio”. El asunto es que, viniendo ya a esta parte del siglo XXI, don Carles Puigdemont se fue de España como la carabina de Ambrosio, descargada y flebe, y hete aquí que ha vuelto o volverá a poco tardar, no ya como golpista de progreso, que también, sino como glorioso vencedor de Waterloo, a quien se ofrecerá como despojo bélico un hilván del propio Estado de derecho.

No sabemos si, por un signo de los tiempos, a don Carles no le fue necesario estudiar en Eton. De hecho, no sabemos si le hizo falta estudiar, más allá de una temprana vocación periodística. Luego supimos que también tocaba la guitarra en reuniones amistosas, pero de deportes vigorizantes y estrategias de equipo no parece que haya mucho en su biografía. Don Jordi Pujol sí se vestía de vez en cuando de tirolés, para dar caminatas por senderos agrestes y fingirse, con melancólica envidia, un honesto ciudadano de la república helvética. Lo cierto, en cualquier caso, es que no podemos atribuir la actual victoria de Waterloo a un triunfo de la disciplina, la constancia y la educación humanas. No podemos atribuir el advenimiento de don Carles Puigdemont -”¡Vivan las caenas!”- a un efecto beneficioso y a distancia de los verdes campos de Eton.

Y a qué cabe adjudicar esta magnífica victoria del progreso, este espléndido avance del nacionalismo, mientras Alemania recluta espías y Dinamarca pone a las mujeres a hacer la mili. Acudiendo de nuevo a la sabiduría de Luján, el adiós a Waterloo pudiera atribuirse a una modalidad política de “las cuentas de la lechera”. No de las soberbias “cuentas del Gran Capitán”, que poseen una airada e inhóspita grandeza; pero sí de los quiméricos cálculos de un particular, léase don Pedro Sánchez, cuyas pérdidas –es de temer que cuantiosas–, irían a cargo del erario público.

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