Las personas se dejan seducir fácilmente por el fenómeno de las criptomonedas. Tengo delante un anuncio a página completa de la bellísima Gisele Bündchen donde como socia decía: “Estoy con FTX porque compartimos la pasión por crear un cambio positivo”, junto con la figura informal, cercana, del joven Sam Bankman-Fried (SBF) como fundador de esta sociedad, diciendo: “Estoy en el cripto porque quiero producir el mayor impacto global para lo bueno”. El amigo SBF, cuyo imperio de criptomonedas FTX colapsó ante la vieja practica de coger el dinero ajeno e invertirlo en negocios propios, ya ha sido condenado a más de cien años por los más de 10.000 millones de dólares de pérdidas causadas a inversores grandes y pequeños. Aun así, el fraude de FTX es de una empresa, no es crimen organizado como el de la rusa Bitzlato de criptomonedas, que tenía más de 1.000 millones vinculados a actividades criminales. También “Vitae.com” es una plataforma social con un sitio “Vitaetoken.io”, que logró engañar a 223.000 víctimas de 177 países para que invirtieran en falsos criptoactivos; en esta red criminal había ciudadanos belgas que utilizaban una compañía con sede en Suiza. Otro fraude ocurre cuando los poseedores de criptoactivos buscan liquidez y los prestan a centros de cambio para obtener una renta que van cobrando hasta que un día sus activos desaparecen. En otro ámbito diferente, pero relacionado con lo que permiten hacer las nuevas tecnologías de la información y comunicaciones, surge con el Covid-19 la potenciación de compras online y transferencias y pagos con tarjeta no presenciales. En el informe de Europol La otra cara de la moneda, están algunas de las prácticas más frecuentes como la no entrega de compras realizadas; impagos a empresas vendedoras; fraudes relacionados con reservas pagadas de viajes; robos por el sistema de pedir información en nombre de una entidad financiera, y robo de datos a través del comercio legal causando daño a vendedores legítimos; fraudes a través de redes sociales y aplicaciones de citas, ganándose la confianza de las víctimas, como se ve en la intrincada película de Dóminik Moll Sólo las bestias, que muestra también la precariedad social facilitando mano de obra para el crimen, algo que nos resulta penosamente familiar en el entorno del Campo de Gibraltar.

Hay una zona gris donde se mezcla dinero legal y ocultación ilegal de patrimonios en sociedades y activos legales, donde lo más llamativo fueron sin duda los papeles Pandora, con 12 millones de documentos filtrados sobre patrimonios no declarados y blanqueo fiscal por parte de personas relevantes, y que en España aparte de la anecdótica dimisión de un ministro, y exilio de algunos deportistas y artistas famosos, mostró la dimensión de una compleja economía societaria paralela. Ni las personas más rectas están a salvo de la codicia de quienes le rodean, pues aunque la codicia es desde luego una serpiente difícil de encantar, hay quien explota y aprovecha hábilmente esta parte de la naturaleza humana. En cuanto a las víctimas, como decía el insuperable maestro del folk Woody Guthrie: “Algunos te roban con una pistola y otros con una estilográfica”, cambiando ahora, claro, la palabra estilográfica por ordenador.

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