La primera consecuencia del interés político por la desigualdad de género ha sido el impulso a una gran diversidad de iniciativas legislativas y de todo tipo para luchar contra ella y la movilización de una cantidad ingente de recursos, aunque con resultados no siempre satisfactorios. La segunda, un notable olvido de la lucha contra otras formas de desigualdad. Mi particular interés por la desigualdad entre los territorios me lleva a adentrarme periódicamente en el estado de la cuestión. La última vez, durante el pasado mes de febrero (El fracaso de la política regional europea, 22/2), defendí que la fiscalidad y el diferencial de productividad, determinado por las diferencias en capital tecnológico y humano, explicaban la persistencia de las desigualdades regionales, pese a los esfuerzos de la política regional europea por corregirlas.

Hay otras muchas manifestaciones de desigualdad que podrían agruparse en tres categorías. Por un lado, la desigualdad de los grupos identitarios minoritarios que por motivos de raza, religión, procedencia, etc., sufren algún tipo de discriminación. Según el Marco Estratégico de Ciudadanía e Inclusión, contra el Racismo y la Xenofobia 2023-2027 (Ministerio de Inclusión), la crisis de 2008, la pandemia y la guerra de Ucrania han provocado un aumento de este tipo de desigualdad, con especial incidencia en las personas migrantes.

Por otro lado, la que podría denominarse desigualdad de clase o corporativa, que se manifiesta en forma de transferencias de renta entre clases sociales y grupos profesionales con diferentes capacidades de respuesta ante a perturbaciones y adversidades. Tomemos como ejemplo el impacto de los citados acontecimientos (crisis 08, Covid y Ucrania) sobre trabajadores autónomos, sobre agricultores y ganaderos o sobre el comercio tradicional, frente a la gran superficie o la estabilidad de los funcionarios públicos. También el hundimiento de los beneficios empresariales durante la pandemia, frente a la estabilidad de los salarios, que se tornó exactamente en lo contrario en 2022, tras la llegada de la inflación.

La tercera categoría de desigualdad es de naturaleza interpersonal y se aprecia en indicadores como el Índice de Gini, que se ha reducido ligeramente, lo que indica mejoría, en los últimos años, y el de pobreza y exclusión social. Este último estuvo descendiendo entre 2014 y 2019, pero volvió a crecer en los siguientes, durante la pandemia. Esta misma secuencia se aprecia en el índice de pobreza material severa, aunque con un aumento bastante más acusado y prolongado durante los últimos cuatro años. Los más favorables vienen siendo los indicadores de renta por persona y por hogar. Descendieron desde 2008 a 2015, pero desde entonces no han dejado de crecer. También mejoran, y con similar secuencia temporal, los hogares que pueden irse vacaciones. En sentido contrario, las primeras tensiones inflacionistas en la segunda mitad de 2021 dieron paso a un nuevo incremento de la desigualdad interpersonal en indicadores como la capacidad para afrontar gastos imprevistos, problemas para pagar la vivienda, consumo de carne y pescado y, sobre todo, en el de pobreza energética de los hogares.

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