Cultura

Un reino entre dos imperios

  • Sicilia mantuvo su independencia entre Bizancio y el Imperio · Griegos, latinos y sarracenos convivieron bajo la dinastía normanda en la época de las Cruzadas

Aunque sólo sea por conocer la peregrina historia de la reina Margarita, la recia mujer española que dirigió la corte siciliana de los normandos entre sus rapaces consejeros y medio primos Gilberto, Enrique, Esteban y Ricardo, en la vigorosa prosa de John Julius Norwich, vale la pena abrir este libro.

Luego están los fantásticos frescos de la Capilla Palatina de Palermo, las cúpulas encarnadas de los Eremitas, las torres cuadrilongas y esa miríada de detalles que seguimos identificando con la imagen de Sicilia. Personajes y escenarios de un misterioso pasado transmitido, por cierto, por enigmáticos cronistas como el que se esconde bajo el sobrenombre de Hugo Falcandus, principal narrador de las intrigas de la refinada corte de los normandos.

Éstos son los materiales de una apasionante historia, segunda parte del homenaje que el veterano escritor inglés rinde al más meridional de los reinos medievales europeos. No es necesario, sin embargo, haber leído la primera entrega (Los normandos en Sicilia) para aprovechar el argumento de la obra. Pues cuando Roger de Hauteville es coronado en la Catedral de Palermo, el día de Navidad de 1130, la indomable rebeldía de los barones que acompañó la violencia de los primeros tiempos parece sosegarse. Empieza, entonces, una edad nueva, el ciclo dorado de la casa extranjera que mantuvo un reino independiente, vasallo de Roma, entre los dos grandes Imperios de Oriente y Occidente.

Sicilia fue, en aquellos años, más próspera, su gobierno más justo y sus leyes más respetadas. Desde todos los reinos de Europa acudieron mercaderes, clérigos y artistas que se sumaron a las comunidades griegas más antiguas. La admiración cultural de Bizancio se mantuvo (Roger II mandó traer artesanos de Constantinopla para hacer los mosaicos de su palacio) aunque perdiera peso su influencia política.

La clave de esta pujanza cortesana (anticipándose en tres siglos a las que describió el Castiglione) se había fraguado en los años anteriores cuando el joven Roger alcanzó la corona beneficiándose de las disputas entre el Papa Inocencio y el Emperador Lotario. Consiguió, entonces, pacificar la isla guardando el difícil equilibrio de poder entre las comunas y los barones feudales. Y se convirtió en el árbitro del Mediterráneo al capturar y fortalecer la ciudad libia de Trípoli, en 1146. Se ha discutido mucho la participación de Roger II en la Segunda Cruzada. Norwich se inclina a pensar que el verdadero motivo de su intervención fue conservar la posición de fuerza en el Mediterráneo para lo cual era aconsejable controlar los puertos claves que Imperio Bizantino mantenía en el Peloponeso.

Perfil de estadista, más que de aventurero o místico que contrasta con la mediocridad de sus sucesores: el corpulento Guillermo, apodado el Malo por los cronistas, que no supo mantener el imperio norteafricano, o el joven Guillermo, tan Bueno como ingenuo, incapaz para mandar dentro de casa e imprudente en sus aventuras exteriores. La reina Margarita, hija del rey de Navarra García IV Ramírez y regente durante la minoría del anterior, fue la única personalidad de cierta talla en esta oscura etapa. Su gobierno quedó, sin embargo, empañado por el oportunismo de la Iglesia, las deslealtades de la nobleza y la amenaza de la invasión de Federico Barbarroja.

Norwich acompaña la narración de los asuntos de la dinastía, bien documentada y al día en la bibliografía moderna, con breves excursos dedicados a los principales monumentos que fueron escenario de aquellos hechos. Muchos hacen aún las delicias del visitante: la ciudad de Corfú, con su catedral confundida entre los tejados que fundó el viejo conde Roger, el abuelo de la saga, el Palacio de Roger II en Palermo o la catedral de Monreale, la obra más querida de Guillermo. Apuntes personales de viaje para una guía de amantes de la historia, que no vendrá mal echar en la maleta si alguna vez tenemos la dicha de visitar este viejo reino que se extiende bajo el sol de levante.

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