Cultura

Sánchez Verdú estrena en Granada 'Memoria del Rojo'

  • La Orquesta Ciudad de Granada se estrenó en el festival bajo la dirección de Pablo Heras-Casado con una pieza exclusiva del compositor algecireño

Heras-Casado y Sánchez-Verdú, con la corbata roja, saludan al público.

Heras-Casado y Sánchez-Verdú, con la corbata roja, saludan al público. / álex cámara.

El Palacio de Carlos V acogió en la noche del viernes el estreno de la nueva obra del algecireño José María Sánchez-Verdú, interpretada por la OCG en manos de Pablo Heras-Casado. La formación plasmó la sutileza estética del músico ante sus propios ojos -allí se encontraba con corbata roja para la ocasión-. Memoria del Rojo, un encargo del Festival que revisa el alhambrismo sinfónico, ese movimiento artístico que se inspira en el monumento granadino, puso en valor, como el propio autor indicó ayer, un diálogo "'transmedial", donde la misma estructura trazada en la arquitectura andalusí de La Roja, con sus celosías y sus paredes ornamentadas, se tradujeron en un lenguaje musical y una poética sonora tan personal como la propia mirada del compositor. En ella, el clasicismo vienés, los tintes jazzísticos y algunos trazos mozartianos, se cruzaron con esta temática impregnada de lo árabe como punto de partida y regreso.

Un sonido que pudo recordar al del laúd, "una metáfora del inicio del viaje", fue el primero en escucharse anoche. Acto seguido, "la relación sinestésica" que Verdú vaticinó, en la que "el color rojo" sólo podía ser la nota Sol, las polifonías, expuestas como si de un velo se tratase, y el evidente sentido de la elipsis del algecireño, se hicieron patentes a lo largo de los poco más de diez minutos de duración de esta pieza.

La traducción al lenguaje musical de la arquitectura árabe fue la base de la pieza

Acabada la Memoria del Rojo, llegó la música de Ravel, el autor que abriera la senda de la música moderna francesa allá por el siglo XIX. El Concierto en sol , en cuyos pasajes se puede percibir un evidente lirismo repleto de ternura poética, se apoyó en la magistral interpretación del pianista suizo Francesco Piemontesi y en el paisaje monumental del Palacio de Carlos V, evocando, precisamente, una tranquila noche en la Alhambra, quizás inspirada en el sonido del agua de las fuentes y las acequias que rumiaban tras las puertas del edificio. La actuación de músico cubrió así de forma exitosa la espantada del tenor polaco Piotr Beczala hace unos días, que hizo tener que cambiar prácticamente todo el programa previsto para el concierto. Un tibio aplauso despidió la primera parte del recital.

Tras el descanso, Ravel siguió presente con Le tombeau de Couperin, una pieza elegida dentro del programa a modo de homenaje de este emblemático compositor del barroco francés, tal y como ya hiciera la organización del festival en el último concierto del Patio de los Arrayanes, a cargo de Pierre-Laurent Aimard. Cuentan que cada uno de los movimientos está dedicado a un camarada caído en el curso de la Primera Guerra Mundial, en la que Ravel participó, haciéndose presente la gravedad del oboe solista a lo largo de la pieza.

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