Cultura

Antonio Gades, entre la estética y la ética del baile

  • Por respeto a sus compañeros artistas, no aceptaba que se comiera y bebiera durante los espectáculos de baile flamenco a los que acudía

A pesar de su apellido artístico, Antonio Gades no nació en Cádiz, ni fue andaluz, siquiera. Había nacido en Alicante. En el pueblo de Elda. De allí se fue a Madrid, donde aprendió a bailar y donde la gran Pilar López lo bautizaría con el apellido artístico de Gades en homenaje a nuestras bailarinas, que lo hizo universalmente famoso, como uno de los mejores bailarines y coreógrafos españoles de la segunda mitad del siglo XX. Su verdadero nombre fue el de Antonio Esteve Ródenas, llevando una vida personal bastante azarosa. Trabajó en Madrid con el fotógrafo jerezano Campúa, y en los talleres de un periódico; se casó varias veces y su pasión fue navegar. Consiguiendo ir con su barco hasta la isla de Cuba, donde se hizo gran amigo de Fidel Castro y donde tiene un monumento de cuerpo completo, dejado caer en una esquina de una calle de La Habana.

Como bailarín adoraba a su maestra Pilar López y solía decir que ella fue quien le enseñó no solo la estética del baile, sino también la ética que, para él, era lo más importante. Una ética que consistía en trabajar, trabajar y trabajar; aprendiendo siempre; y dándolo todo sobre un escenario; con un respeto enorme hacia el baile como tal y hacia sus compañeros y maestros.

Nosotros tuvimos la suerte de conocerle, y de poder comer con él en una venta, entre Sanlúcar y Jerez, pudiendo conversar largamente con él. Un día inolvidable en el que le hicimos entrega del Premio de la Crítica del Festival de Jerez. Y estuvimos hablando de muchas cosas, pero sobre todo de la ética del baile, que era su obsesión en aquellos momentos, según pudimos comprobar.

Antonio Gades, siendo un número uno de la danza española en el mundo, era un hombre muy cordial y sencillo, que no se vanagloriaba de nada. Y recuerdo que se ofendió mucho cuando, mientras actuaba un cuadro flamenco, precisamente en su honor, los camareros empezaron a repartir copas y tapas. Decía que el flamenco era tan importante que había que respetarlo, y sobre todo a sus artistas, mientras éstos lo interpretaban. Su ética del baile le impedía que este fuera menospreciado, mientras se comía y bebía, sin prestarle toda la atención que el mismo merecía. Por eso, pidió parar a sus compañeros del cuadro flamenco y les rogó que no continuaran actuando, hasta que fueran retiradas las copas y la comida que se había empezado a repartir. Fue un gesto, el suyo, imprevisto y apenas entendido, cuando se le ocurrió. Pero, luego, lo entendieron todos los presentes y fue calurosamente aplaudido. Los primeros en aplaudirle, los artistas.

En su concepción ética del baile, Gades no aceptaba en absoluto que éste sirviera de distracción, mientras se comía y se bebía. Suponemos que el baile en el marco más íntimo de la juerga sería otra cosa. Pero, en un escenario, como espectáculo para un público, era distinto Y no lo aceptaba.

Antonio Gades ya andaba enfermo cuando le conocí. El premio que se le dio fue por la coreografía del ballet Fuenteovejuna, basado en la obra de Lope de Vega, interpretada por el Ballet Nacional. El premio, patrocinado por el Consejo Regulador de los Vinos de Jerez, consistía en un pergamino y un catavino de plata. Y Gades, junto a la directora del Ballet Nacional, Elvira Andrés, lo recibió con la mayor alegría del mundo. Y con la mayor humildad, también. Manifestando que nunca se había considerado un artista, sino un simple "trabajador de la cultura". Era la primavera del año 2002, y dos años más tarde, el 20 de julio de 2004, el gran bailarín y extraordinario renovador de la danza y del baile flamenco fallecería de cáncer. Sus cenizas reposan en La Habana, la tierra que él tanto amaba y donde quiso ser enterrado.

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