Enrique Arnaldo, magistrado del Constitucional: "Stefan Zweig habría pagado por escribir una biografía como la de Belmonte"
El catedrático escribe 'El deporte en la literatura'
Enrique Arnaldo (Madrid, 1957) es magistrado del Tribunal Constitucional. Este catedrático de Constitucional, letrado de las Cortes, acaba de publicar El deporte en la literatura, en el que congenia dos aficiones vitales, los libros y el juego competitivo.
Pregunta.-Cuenta que la idea de este libro se le ocurrió durante la pandemia, pero lo que se deja traslucir es un lector empedernido. Este trabajo debe ser de una vida entera de lectura.
Respuesta.-Me enseñó a leer mi madre, que era una apasionada del realismo español. Le gustaban Juan Valera, Palacio Valdés, hacíamos algo de los Hermanos Quintero, que era más tardío, Galdós... En el colegio, yo estudié en los marianistas, era delegado de la biblioteca, pero le puedo asegurar que las lecturas que cito en el libro son las acumuladas en un periodo de cinco años.
P.-Pues cita algo más de 450 libros. En cinco años son muchísimos.
R.-Hay algún libro anterior que recupero, porque lo tenía en la memoria; por ejemplo, Relato de un náufrago, de García Márquez, sabía que había algo de fútbol, lo releo, lo consulto. Otras veces cito algunos artículos de prensa. Hay personas como Miguel Delibes o como Vargas Llosa que también hicieron narración deportiva, o como José Luis Garci, García Pavón o Fernández Flores. Camilo José Cela escribe unos cuentos de fútbol. Es decir, hay personas que escribieron novelas muy severas y también lo hicieron de deporte.
P.-¿El fútbol y el boxeo son los más proclives a la narración?
R.-En el mundo antiguo, en Grecia y en Roma, pero sobre todo en Grecia, hay dos grandes juegos, que son deportes porque se compite, donde hay un vencedor y un perdedor, que eran los de carreras y la lucha. Y, digamos, que se añade un tercero cuando llega el juego de pelota.
P.-Éste también es casi desde el principio.
R.-Eduardo Galeano dice que ya existía en los tiempos de los faraones o en la antigua China, bueno, yo no lo sé, pero la pelota, tal como la conocemos, nos llega al mundo europeo a través del mundo prehispánico. Esos son los tres ejes del deporte, velocidad, lucha y pelota, pero, desde el punto de vista literario, los que más han gozado de predicamento han sido, sin duda, el fútbol y el boxeo.
P.-También habla de los toros en su libro.
R.-Bueno, es que también soy taurino, la biografía de Chaves Nogales de Belmonte me parece una de las grandes biografías de la historia, Stefan Zweig hubiera pagado por tener una biografía como ésta. Me parece espectacular. Yo no soy sevillano, pero me puedo imaginar esa Sevilla, me puedo imaginar a Belmonte saliendo de su modestísima vivienda para ir por el campo, para desnudarse allí delante de un toro, para que no le diera la luz a la ropa. Después es el torero triunfante, el torero de arte, de salero y también, digámoslo con sorna, el de encanto para los amigos, para las señoras. A Chaves Nogales no hay quien lo supere.
P.-¿Podríamos considerarlo un deporte?
R.-Deporte extremo, hay juego, hay baile y, efectivamente, hay una competencia, porque hay que estar cerca de un toro, ¿no? Ya se sabe lo qué es la intensidad de un toro, se nota su fuerza, eso es como un león. Hay una competencia del hombre con el animal, aunque es verdad que el hombre está acompañado de un engaño que le permite sobrevivir. La plaza de toros es una plaza de una competición.
P.-Hay un capítulo muy interesante que dedica a los problemas de la intelectualidad española con el deporte. Al menos, la de finales del siglo XIX y la del XX. Sin embargo, había grandes excepciones, Manuel Vázquez Montalbán, por ejemplo. ¿De dónde surge eso?
R.-Creo que la intelectualidad se vincula, de alguna manera, con una línea de pensamiento determinado, con una ideología. La intelectualidad rechaza el deporte porque, durante el franquismo, como en todos los regímenes autoritarios, se utilizó como adormidera de la sociedad, así que se desentendieron del fútbol, aunque, a mi juicio, era una pose en gran medida.
P.¿Una pose?
R.-Javier Marías lo cuenta en un libro que se llama Salvajes y sentimentales. María es un madridista apasionado, y cuenta cómo algunos intelectuales de la época fueron a ver un partido entre el Madrid y la Real Sociedad a Chamartín, y sostiene que fueron disfrazados para no ser reconocidos.
P.-En esa reunión iba Elías Querejeta, que fue jugador de la Real.
R.-Es que era el estadio de Chamartín, que es donde se celebraba la manifestación sindical del 1 de Mayo, los que tenemos una edad nos acordamos. Fue lo mismo que hizo Hitler en el 36, como hizo Mussolini. O como Videla, cuando ordenó al entrenador de la selección de Argentina en el 78, que había que ganar el Mundial.
P.-A veces, también parece que en el Tribunal Constitucional hay un partido entre conservadores y progresistas.
R.-Los tribunales nos parecemos más a los árbitros que jugadores. Efectivamente, en el plano interno, hay una pluralidad en las formas de abordar determinada cuestión. La unanimidad, como decía un viejo politólogo, es muy difícil en los regímenes democráticos. Y entonces, claro, el Tribunal Constitucional, que es un tribunal de 12 personas, tiene pluralidad de opiniones, aunque a veces parezca divido en dos grupos, pero hay muchos matices dentro de cada uno.
P.-En el caso de la sentencia sobre la ley de amnistía los votos parecían prefijados
R.- Si eso es así, es una desgracia. Digamos que, cuando uno entra en un combate de boxeo o en un partido de rugby y sabe el resultado de antemano, eso es tongo. Saber el resultado de antemano es lo peor que se puede decir de un tribunal. No sabemos de antemano qué ocurre en el Constitucional, no debería saberse.
P.-¿Usted practica algún deporte?
R.-Fui un muy regular jugador de fútbol como todos los niños de mi generación. Hice algo de baloncesto porque tenía cierta altura, pero uno busca el refugio en deportes menos intensos, como el tenis, el pádel o el golf ahora.
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