BCE, un poder independiente en Europa

Sede del BCE
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Gumersindo Ruiz

12 de junio 2024 - 19:51

La decisión del BCE de reducir un 0, 25 los tipos de interés, pese a estar descontada en los mercados, supone sin duda un respiro, y la rebaja de las facilidades de depósito al 3,75, se notará algo en el interbancario y las hipotecas. En las circunstancias actuales no está de más considerar que el BCE es una institución europea no elegida en un proceso electoral, y que mantiene independencia política, dentro, claro, de las sensibilidades que se cruzan en el espacio europeo.

Hace unos días venía desde Frankfurt a Málaga, nuestra antigua alumna Natalia Martín, para leer su tesis doctoral sobre las implicaciones de la política monetaria y los mercados financieros en las desigualdades de renta. Aunque Natalia Martín y sus directores Phillip Arestis, Elena Bárcena, y Salvador Pérez Moreno, llevan años trabajando en el tema, cuantificar el impacto social de la política monetaria sigue siendo necesario. La crisis financiera-inmobiliaria elevó el paro en Europa del 7% al 12%, y 5,5 millones, sobre todo de jóvenes trabajadores con baja formación sufrieron las consecuencias; hasta 2019, y tras una política de reducción de tipos de interés y abundante liquidez por el BCE, no vuelve el paro a los niveles anteriores a la crisis. Está claro que la acción del BCE, aunque tardía, salvó la economía europea de las políticas de austeridad, que en España supusieron paro y fuertes recortes en las prestaciones sociales. En la pandemia el BCE tuvo ocasión también, bajando tipos y comprando deuda pública y privada, de dar soporte a la economía, aunque esta vez se ha complementado en España con una amplia política pública de sostén. La inflación, consecuencia de la guerra de Ucrania, ha hecho que el BCE subiera tipos, cuyos efectos negativos sobre la demanda y el empleo han sido contrarrestados por la política social del gobierno. En suma, es intuitivo pensar que el BCE con sus medidas afecta a la vida de la gente, pero, como se analiza en este trabajo, no a todos por igual, pues la política monetaria no es neutra.

Es difícil revertir una situación cuando se ha dado, esto es, si se ha permitido que suba el paro, aunque se tomen medidas contrarias hay cicatrices que perduran, como ha ocurrido en España. Sin embargo, aunque el cambio en la política monetaria con bajos tipos y abundante liquidez, favoreció el empleo de clases bajas, el efecto sobre sus salarios no se aprecia; de hecho. viendo las rentas reales del trabajo por clases, la más baja está en negativo durante diez años en la crisis financiera-inmobiliaria, mientras que las medias bajas y medias altas crecen de manera proporcional, y las más altas lo hacen con cierta fuerza. Por otra parte, se demuestra que a las clases más bajas no les beneficia especialmente en la renta una bajada de interés si la economía está débil; sí les beneficia en el empleo, no tanto por nuevas oportunidades, sino porque no pierden el que tienen. Hay cierta movilidad al alza de la clase media baja, y se preserva el statu quo de la más alta, pero no hay movilidad social de los más pobres. Hay otras implicaciones sobre cómo la política monetaria afecta a mercados financieros, impulsando las bolsas o el mercado inmobiliario con tipos bajos de interés, con efectos distributivos a favor del capital y de los que pueden asumir los riesgos del mercado; pero las conclusiones no son tan claras como en los efectos sobre el empleo y las clases de rentas.

Entre las conclusiones de este trabajo una muy interesante es el efecto de la liberalización de los mercados financieros y de capitales. Algunos gobiernos autonómicos y ciudades tienen la idea que el apoyo indiscriminado a la inversión foránea va a suponer una mejora en las condiciones de vida locales, a través de la innovación y el crecimiento, pero como demuestra Natalia Martín éste no se distribuye homogéneamente en la población; la liberalización afectó negativamente a sectores y personas, como ocurrió en Andalucía con la escasa industrialización existente, y una cuestión que no se tiene en cuenta por nuestros gobernantes es si los trabajadores locales se adecuan al tipo de inversiones que entran. En general, este tipo de aperturas al capital se asocia positivamente a personas con un nivel educativo alto, y sectores y profesiones que son capaces de sacar un provecho al que es ajeno una mayoría de trabajadores.

La conclusión es que si bien las medidas del BCE de expansión o contracción afectan a la economía en su conjunto, al empleo y las rentas, la preocupación por las personas depende de los gobiernos, complementando o contrarrestando las fuerzas que pone en movimiento el BCE; en el caso de España, las políticas de salarios mínimos, pensiones, y mejora en las condiciones laborales, son las que tienen un efecto directo en las rentas más bajas. Junto al papel social de los estados, la independencia del BCE nos ha dado estabilidad y una moneda fuerte, y hay que recordar siempre a Mario Draghi en un verano duro en que se especulaba contra la deuda de países del área del Euro, cuando prometió “hacer lo que fuera necesario para mantener la unidad del euro”, añadiendo para los escépticos :“y créanme que será suficiente”, lo que devolvió la calma y permitió enderezar la economía. Ahora, con una guerra a las puertas, vienen a la cabeza las palabras de Winston Churchill cuando decía: “Estamos pidiendo a las naciones de Europa, entre las que han fluido ríos de sangre, que olviden las enemistades heredadas de mil años”, donde no se sabe muy bien si era una llamada a la paz, o un reconocimiento de su imposibilidad, pero lo cierto es que hoy necesitamos más que nunca instituciones que unan, refuercen, sumen, creen más Europa, frente a discursos nacionalistas que nunca han traído más que infortunio.

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