final a cuatro de ascenso a acb · la crónica

Grande hasta en la derrota

  • Dignidad El Villa agranda su gloria pese a perder con el Lucentum en la semifinal de la fase de ascenso Histórico Los gualdiverdes van más allá de su límite y propician un desenlace a cara o cruz que resuelve Hill para los alicantinos Emocionante Afición y jugadores se despiden entre lágrimas

Casi nunca las cosas son para siempre y el sueño que ha hecho vivir el Villa a su parroquia en los últimos nueve meses podía tener fin en cualquier momento. Alicante, no podía ser otro que Alicante, descarriló ayer del camino hacia la tierra prometida al mejor equipo de baloncesto que haya existido en Los Barrios. Está al alcance de muy pocos conseguir lo que logró ayer la plantilla del Villa: agrandar su gloria en una derrota. Y más aún si esa derrota supone la eliminación.

Lucentum se quedó con un puesto en la final que concede una plaza en ACB seguramente porque en su vestuario habita más calidad individual y ésa es moneda revalorizada cuando llegan partidos a cara o cruz. Por contra, su enemigo se fue a la caseta envuelto en lágrimas pero con la cabeza muy alta y con su afición henchida de emoción y gratitud por todo lo que ha recibido. Es complicado, aun en momentos de desazón y tristeza, apurar para saber cuál de los dos premios tiene mayor valor.

La semifinal de esta Final Four se convirtió de principio a fin en un cruento intercambio de golpes en el que esta vez sería extremadamente injusto ponerle siquiera un pero al arbitraje.

Cada equipo utilizó sus armas, pero los dos rozando su límite, sin esconder nada. Sin guardar nada. Al contrario de lo sucedido con el Breogán la pasada semana, el Lucentum no sólo desplegó toda la artillería, sino que tenía hambre de una batalla que había preparado al milímetro. Su inacabable poderío interior se dedicó a pegarse (literalmente) con Ricardo Guillén para que el tinerfeño no anotase. Richi supo leer el partido y jugó para el resto.

El partido, bueno hasta decir basta y constituido en una batalla táctica exquisita, tenía los claroscuros propios de un compromiso de play-off. Eso sí, cada vez que el Villa creía poner tierra de por medio Lucentum echaba mano de una muñeca prodigiosa (unas veces Cazorla, otras Hill, otras incluso Weigand) para recomponer el equilibrio.

La batalla se trasladó a la grada, pero sin hostilidades. Los doscientos aficionados que acompañaron al Infierno a las gradas del Fernando Martín se fagocitaron a los seiscientos llegados de Alicante. Cuando desde las entrañas del Averno sonaba el "sí se puede" no quedaba otra que pensar que los milagros pueden, a veces, perpetuarse en el tiempo.

El Villa había llevado el partido donde se proponía. Los gualdiverdes, que supieron ingeniárselas varias veces para salir de entre las cuerdas, llegaron vivitos y coleando al sprint final. A falta de un minuto el marcador señalaba 81-81. Todo por decidir. Y eso que los barreños, por mor de las personales, habían tenido que trampear con Alba jugando de cuatro y con los dos bases actuando al tiempo.

Cuando Lucentum estaba más asustado, cuando la mirada de sus jugadores evidenciaba por primera vez un reflejo de duda, apareció un sicario disfrazado de Kyle Hill que lanzó por encima de una marea de manos un triple imposible que ajustició a su rival.

Después de eso hubo dos ataques inconclusos de los barreños y ese bocinazo final que se asemejó a la guillotina haciendo su trabajo.

Pocas veces el deporte concede la ventaja de perder sin poder recibir un solo reproche. Pocas veces un intercambio de aplausos entre jugadores y afición deja entrever tanta admiración mutua. El Villa ha hecho a un buen puñado de gente en las últimas semanas sentirse orgullosa de ser barreña. Le pese a quien le pese. Ahora sólo cabe darle las gracias. Y no olvidar.

81-81

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