El gran apagón: alienación en la sociedad tecnificada
Tribuna de opinión
Sin luz, sin red, sin nada más que lo natural, fuimos nosotros mismos por una tarde. Por un corto instante de nuestras vidas se nos dio la oportunidad de no ser más que humanos demasiado humanos y nuestra respuesta fue una inmensa sensación de libertad
El filósofo algecireño: Adolfo Sánchez Vázquez
El 28 de abril fue tomado como un suspiro antidigitalizado que perturbó por completo la normalidad tecnificada de nuestra sociedad. La vuelta a lo puramente natural-material supuso un retroceso a lo puramente espiritual, en el aspecto de encontrarnos únicamente rodeados de nuestro propio entorno, recordando, de forma obligada, que nuestra introspección es el centro de nuestro propio mundo.
La alienación al sistema capitalista no es nada que descubriéramos con el gran apagón, pero quizás sí sus consecuencias y, sobre todo, nuestro lugar alienado en el sistema. El texto clásico que tiene como centro el concepto de alienación es el conocido Manuscrito de Economía y Filosofía, escrito en 1844. En él Marx expone por primera vez su concepción del trabajo alienado, en una síntesis de aspectos de Hegel, Feuerbach y Adam Smith. Lo que presenta Marx es un esbozo de teorías de la sociedad y de la historia donde el sujeto adquiere la forma del trabajador según el modo de producción impuesto, en una especie de epopeya del sufrimiento humano. Con la alienación, el objeto del trabajo se le convierte a su creador en una existencia externa, extraña, independiente, en un poder autónomo frente a él mismo. De esta forma, el resultado final es un trabajador esclavo de su objeto, en nuestro caso técnico, un acto de la producción alienado y un propietario ajeno y extraño al propio trabajo.
Pero el mundo avanzó, a velocidad insospechadas, y se tecnificó en cantidades improvistas. Ortega ya dio una interpretación correcta y argumentada, si en un comienzo la técnica no era la adaptación del sujeto humano al medio, sino la adaptación del medio al sujeto humano, el aumento de ésta produjo su conversión de un medio para la realización de un proyecto a una finalidad misma del proyecto humano. De esta forma, la técnica se convirtió, de medio para la construcción de unos fines, en el instrumento para la realización de la vida misma.
Heidegger desarrolló un planteamiento más crítico sobre la técnica desde una perspectiva ontológica más que antropología, como planteaba Ortega. El alemán situó en el punto de partida el análisis existenciario humano como ente abierto al ser y al descubrimiento del olvido del ser como mal metafísico que afecta al mundo. La actitud subyacente a la técnica moderna sería tomada por el alemán como un síntoma del olvido del ser que pudiera llevar a consecuencias prácticas sumamente negativas para el desarrollo de la existencia.
Si bien el desarrollo de las ciencias empíricas y del positivismo hicieron que el ente aparecieses como lo único real, la esencia, el ser y la correspondiente espiritualidad, se convirtieron en puras fantasmagorías. Al menos hasta que un apagón dio luz a nuestro espíritu.
Este 28 de abril de 2025, los fantasmas salieron a la calle, y desbordaron su espíritu en forma de miedo, risas, preocupación, comprensión y sobre todo incertidumbre. Sin luz, no hay tecnología, sin tecnología, solo queda el ser humano. Lo que quedará para la historia como un gesto político-anecdótico, puede ser un punto de inflexión para toda una sociedad, la española, que vio durante la tarde del último lunes de abril como sus vidas están sumamente limitadas a la macrodependencía técnica. Por supuesto, siguiendo a Marcuse, el problema no es la técnica, sino su uso opresivo para con la sociedad, que reduce, como pudimos apreciar, el ámbito de la vida humana a una de sus dimensiones, limitando nuestra racionalidad a lo instrumental y manifestándose en opresión social.
El domingo 27 nos encontrábamos ante una interiorización de valores y necesidades creados y diseñados para convertir al ser humano en consumidores técnicos, en presos de, en términos marxistas, un fetichismo mercantil. Días después del apagón, vimos que el mundo no se acaba por perder la luz, se apaga el sistema, la falsa realidad productiva y tecnificada que, lejos de ser una parte del desarrollo humano, es una negación de nuestra propia humanidad, pero el mundo humano, que sí existe, sigue su curso y nosotros somos los únicos supervivientes.
Sin luz, sin red, sin nada más que lo natural, fuimos nosotros mismos por una tarde. Por un corto instante de nuestras vidas se nos dio la oportunidad de no ser más que humanos demasiado humanos y nuestra respuesta fue una inmensa sensación de libertad. Si bien fue corto el sabor dulce en nuestras bocas, no por ello debe sabernos ahora a derrota. Si bien la técnica y su progreso es intachable, y sus beneficios también necesarios, es buen momento para que este pequeño desajuste técnico nos haga reflexionar y preguntarnos sobre nuestro lugar en el sistema, sobre nuestras vidas y sobre nosotros mismos. No es el momento de hallar respuestas, pues son innecesarias, es el momento de la toma de la duda a piel desnuda, de la autocontemplación y la superación de la ignorancia crítica que soslaya, cotidianamente, nuestras vidas.
Así pues, tomemos nota, utilicemos este punto impuesto como una señal, una advertencia, una oportunidad de, no recuperar, sino de no olvidar qué somos más allá de la tecnología, que no es nada más ni nada menos que todo lo que hombres y mujeres pueden llegar a ser.
El gran apagón fue una oportunidad para encontrar la luz que el ser humano no ha perdido, que es guía de su propia esencia, pero que se encuentra herméticamente invisible ante los interruptores de los focos tecnológicos. Sin la luz eléctrica, el mundo es iluminado por la humanidad y no hay apagón posible que de pie a una oscuridad perpetua.
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