Plazas de Algeciras (I)
OBSERVATORIO DE LA TROCHA | NUESTROS ESPACIOS URBANOS
El marqués de Verboom refleja en sus proyectos urbanísticos de la renacida ciudad en el siglo XVIII la existencia de dos grandes espacios abiertos de forma cuadrangular dentro del entramado de calles
Vocal de Patrimonio en la asociación cultural La Trocha y miembro de la 2ª Sección del IECG./La palabra “plaza “proviene del latín vulgar “plattea”, de la que derivó la palabra “platia” y posteriormente, “plaça” (léase “platsa”) en el español medieval y luego “plaza” en el español moderno. El diccionario de la Lengua Española define este término como “lugar ancho y espacioso dentro de un poblado al que suelen afluir varias calles”. Si nos atenemos estrictamente a esta definición, no todas las denominadas plazas en nuestro callejero se pueden considerar como tales, pues simplemente serían espacios abiertos entre unos y otros bloques de pisos o entre unas y otras casas. Los antecedentes más remotos de nuestras plazas se encontrarían en las ágoras de las polis griegas y en los foros de ciudades romanos, aunque no sean sus herederas directas.
En ambos espacios públicos se llevaban a cabo las relaciones sociales, políticas y comerciales. Es decir, en todas las ciudades siempre hubo un lugar espacioso donde los ciudadanos se relacionaban. Por desgracia, debido a la destrucción de nuestra ciudad en 1375 tras la guerra civil fratricida entre el rey don Pedro y su medio hermano bastardo Enrique de Trastámara, no quedaron vestigios de su urbanismo y, por lo tanto, tampoco se pueden conocer qué tipo de plazas había ni cuántas eran las que se abrían en aquellos tiempos medievales, tanto musulmanes como cristianos. Si tomamos como referencia poblaciones que mantienen el entramado urbano medieval, como es el caso de Tarifa, se abrirían pequeñas placitas entre un dédalo de callejas estrechas, diferentes a las amplias plazas porticadas castellanas.
En el presente reportaje iré comentando aquellas plazas más singulares o más destacadas con las que cuenta nuestra ciudad, pues referirme a todas sería excesivamente prolijo y farragoso. Tampoco haré alusión a aquellos espacios públicos que exactamente no serían considerados como tales plazas.
No será hasta el primer cuarto del siglo XVIII cuando renazca Algeciras y ya se tenga constancia de su urbanismo, proyectado por el marqués de Verboom, ingeniero belga al servicio del primer rey Borbón, Felipe V. Si observamos los planos trazados por este ilustre personaje de la historia algecireña, podemos comprobar la existencia de dos grandes espacios abiertos de forma cuadrangular dentro del entramado de calles, que seguían un trazado ortogonal, no respetado posteriormente. Estos lugares espaciosos eran las actuales plazas Alta y de la Virgen de la Palma, que se denominaba por aquel entonces “plaça baxa”, o sea, “plaza baja” (la grafía equis representaba al sonido velar fricativo jota y la ce con cedilla, al sonido interdental fricativo zeta). La actual plaza Baja o de la Virgen de la Palma se encuentra enclavada en el lugar que en tiempos medievales ocupaba una pequeña ensenada que daba abrigo a una especie de puerto interior al cual se accedía por una puerta con arco apuntado que se abría en la muralla, en la actual calle Ojo de Muelle. En unas excavaciones realizadas en la calle Santa María se encontraron los restos de arena de una “playa fósil”, lo que probaría la existencia de esta ensenada que se hallaba a los pies de la ladera que asciende hacia la plaza Alta, actuales calles Cánovas del Castillo y Rafael de Muro.
En 1821 el ayuntamiento decidió construir el mercado de abastos, en su parte central, constituido por un edificio cuadrado de una sola planta, en cuyo interior, al que se accedía por cuatro puertas de doble arco de medio punto, se encontraba un gran patio con soportales con arcos del mismo estilo, formado por calles paralelas y perpendiculares en las que se instalaron los diversos puestos de venta. En el centro de dicho patio se colocó una fuente para abastecerlo de agua potable, que provenía, a través de una mina, del acueducto de la Bajadilla. En 1933 comenzarán las obras de actual mercado, que culminarán en 1935. Este edificio, obra del ingeniero Eduardo Torroja y del arquitecto Manuel Sánchez Arcas, constituirá una de las obras más señeras del racionalismo del primer tercio del siglo XX. Es un edifico de base octogonal, en cuatro de sus ocho paredes se abren sendas puertas de gran amplitud; se cubre con una bóveda de medio casquete de hormigón armado, apoyada en ocho pilares exteriores y en cuyo centro destaca un lucernario también de planta octogonal. Esta bóveda disminuye del grosor conforme avanza hacia la parte superior y mide unos 48 metros de diámetro. En el interior del edificio discurren dos caminos concéntricos donde se hallan instalados los puestos de venta al público. En su zona central hubiera sido colocado un estanque, que nunca se construyó.
En esta plaza afluyen las calles Tarifa, que desembocaba en las ruinas de la antigua puerta del mismo nombre; Rafael de Muro, antigua calle Sacramento; Cánovas del Castillo, antigua calle Real, una de las más antiguas de nuestra ciudad; José Santacana, que era la única que comunicaba directamente con el desaparecido río de la Miel y la calle Pescadería, denominada de tal manera porque antaño en ella se encontraba la pescadería. Como nota curiosa, en un plano del marqués de Verboom, de 1724, se puede observar cómo la calle de la panadería, actual calle Emilio Castelar, afluía a esta plaza; en planos posteriores de 1736, ya se puede comprobar que dejó de comunicarse con la plaza al construirse una manzana de casas entre ella y la actual calle Santa María.
La otra gran explanada que se observa en los planos del marqués de Verboom es la actual plaza Alta, también de forma cuadrangular. Esta plaza estaría llamada a convertirse en el centro neurálgico de la incipiente población, pues en ella se levantó la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Palma, frente a la capilla de Ntra. Sra. de Europa. A pesar de ser el centro de la población, no se llegó a construir de forma definitiva un gran o mediano edificio que acogiera el Ayuntamiento; pues de haber sido así, se habrían unido en ella el poder religioso, representado por la iglesia de Ntra. Sra. de la Palma, y el poder civil, representado por el Ayuntamiento.
En esta explanada, luego plaza, confluyen ocho calles: Calle Radio Algeciras, la histórica calle Real, que comunica esta plaza con la plaza Virgen de la Palma; la calle Joaquín Costa, antes denominada San Pedro, y conocida popularmente como “callejón del Ritz”; la calle Ventura Morón, la antigua calle Jerez, que se extendía hasta la puerta medieval del mismo nombre, en el talud junto al foso, en el actual Secano; la calle Miguel Primo de Rivera, continuación de la calle Rocha; calle Alfonso XI, antigua calle Imperial, una antiquísima vía de origen romano, que comunicaba con la puerta de Gibraltar o del fonsario; la calle Pablo Mayayo, desgajada de la calle Cte. Gómez Ortega, la popular calle Munición, cuando se abrió la calle Trafalgar, y la cortísima calle del Murillo, que antes era más estrecha y se ensanchó al demolerse la vetusta tasca La Taurina, la cual se abría hacia el barranco con vistas a la Bahía, donde en los años cincuenta se construyó una escalinata y después, a principio del actual siglo, la plaza Virgen de las Lágrimas, con su magnífico mirador, que será demolida. Si observamos un plano del marqués de Verboom, de 1724, podemos comprobar cómo este ingeniero había trazado una calle entre las actuales de Regino Martínez y de Alfonso XI, que desembocaría en dicha plaza, que haría esquina con la calle Rocha, y, atravesando la plaza, se continuaría por la calle Joaquín Costa (San Pedro).
Hasta 1807 no se urbanizó, gracias a la iniciativa del general Castaños. En esta urbanización se llevaron a cabo importantes obras de ornamentación. En su centro se erigió una fuente circular sobre gradas, que servía de apoyo a un obelisco de base cuadrada, construido en madera, con cuatro figuras alegóricas en sus lados, debajo de las cuales brotaban sendos chorros de agua. En su perímetro interior se trazó una superficie cuadrangular, pero con cuatro esquinas achaflanadas, lo que vendría a formar un octógono de lados irregulares. Cada una de las ocho entradas estaba flanqueada por pilastras de piedra sobre las que se levantaban sendos florones de estilo etrusco, del mismo material. En los espacios entre cada entrada se instalaron unos bancos de piedra con respaldo de hierro, y a cada lado de ellos se colocaron unas columnillas, que sostenían unas cadenas de hierro que se unían a las pilastras de las esquinas, por un extremo, y a los respaldos de los bancos, por el otro. En 1813, la fuente central se rodeó de una verja y en 1826, por su deterioro, se demolió el citado obelisco y en su lugar se erigió una columna de estilo dórico, de fuste estriado, sobre un ancho pedestal de forma prismática rodeado por cuatro pilastras. Sobre esta columna el Ayuntamiento pensó instalar el busto del General Castaños, pero este ilustre personaje, debido a su humildad, se negó. En el centro del lado este se instaló una fuente de tres caños, que a finales del siglo XIX se clausuró con una reja para evitar que tiraran basura; a comienzos de siglo XX se demolió. Esta fuente, por medio de una mina subterránea, traía agua desde el acueducto de la Bajadilla.
En 1926 el Ayuntamiento, presidido por el alcalde Bianchi Santacana, decidió demoler la fuente y la columna dórica, erróneamente denominada obelisco, que adornaban el centro de la plaza y también los bancos de piedra y hierro, las cadenas y las columnillas correspondientes. En el lugar de la monumental fuente y columna, se instaló una farola de hierro sobre un pedestal de ladrillo visto, la llamada popularmente “cocina económica”, y equidistante de ella cuatro farolas más, en los lugares donde actualmente se encuentran los bancos octogonales con las farolas de 1930. También se talaron los chopos de Lombardía que se habían plantado en el siglo XIX. En 1930, siendo alcalde Morillas Salinas, el Ayuntamiento llevó a cabo una profunda remodelación de la plaza. Se eliminaron las cinco farolas, que fueron trasladas al parque María Cristina, y se dotó a la plaza de una artística decoración con elementos cerámicos vidriados policromados, al estilo de la Plaza de España de Sevilla. Por aquel entonces estaba muy en boga el estilo arquitectónico regionalista, que intentaba retomar los antiguos elementos de la tradición arquitectónica mudéjar.
En el centro se construyó una fuente con brocal revestido de cerámica, de forma poligonal, donde más tarde se colocaron unas ranitas de cerámica que echaban agua dentro de la fuente. Estas ranitas, a finales de los setenta del siglo pasado, fueron destrozadas por algunos incívicos algecireños y sustituidas por otras de mayor tamaño; en el interior se levantó una especie de torreta prismática, rematada por otro prisma de pequeño tamaño, con faroles de hierro forjado, de estilo andaluz y pináculos esféricos. A cada lado de este cuerpo central se colocaron unas pilas para recoger el agua que fluía de unas cabezas de leones adosadas a sus paramentos. Alrededor de la fuente se colocaron cuatro bancos de planta rectangular, con doble asiento separado por un respaldo y otros cuatro octogonales, en cuyo hueco interior se plantaron sendos árboles, actualmente naranjos. Estos bancos lucen azulejos con escenas de El Quijote. A lo largo del perímetro central se levantó una balaustrada de cerámica vidriada, con cuatro accesos, en cuyos extremos se colocaron unas pilastras coronadas por florones. Entre estas entradas, se construyeron unos bancos con altos respaldos. Equidistantes a la fuente, en el lugar donde se habían instalado unas farolas en 1926, se colocaron cuatro bancos octogonales con una pilastra igualmente poligonal que sustenta unas artísticas farolas de hierro fundido, con fustes que combinan una parte calada y otra maciza en forma helicoidal. Estos azulejos de estilo neorrenacentista fueron obras de los talleres de Santa Ana y de la Casa González de Triana. Como curiosidad, al proclamarse la II República en 1931, se rasparon las coronas reales de los escudos de Algeciras que había en la parte posterior de los respaldos de los grandes bancos del perímetro de la balaustrada. También se plantaron ocho palmeras de la especie canariensis, que, por desgracia, hace pocos años fueron afectadas por el escarabajo picudo que las destruyó. Otras de otra especie las han sustituido.
En los años sesenta, recuerdo que el pavimento del interior de la plaza era de ladrillos con olambrillas azules, que en la reforma de 1969 se cambió por losetas de terrazo. En aquel año, siendo alcalde Valdés Escuín, la plaza sufrió importantes modificaciones: Se eliminaron los pequeños parterres triangulares entre los bancos perimetrales y las pilastras de cada esquina y donde se habían plantado en los años treinta las palmeras; en su lugar se construyeron unos alcorques poligonales bordeados con ladrillos colocados en sardinel con macetas. Del mismo modo se demolió la balaustrada de cerámica y en su lugar se construyó una simple barandilla de hierro sobre un murete de ladrillo visto cuya cara interior se adornó con azulejos policromados. Al desaparecer varios de los florones de cerámica de las pilastras de cada esquina, se colocaron unas simples macetas pintadas de colores. El jardincillo que bordeaba la fuente central se amplió unos dos metros más y en los fustes de las farolas de sus bancos octogonales se instalaron cuatro faroles de hierro de factura muy simple, que hace unos cinco años fueron sustituidos por otros de estilo fernandino.
En aquel año, en su fuente, se instaló una monumental cascada con iluminación, en la que se alternaban varios colores. Esta cascada duró muy poco tiempo, ya que la histórica fuente no era la construcción adecuada para mantener semejantes surtidores de gran potencia. También por aquel entonces el alcalde Valdés Escuín tuvo la “genial” idea de llevar palomas a esta plaza, aves que son “ratas voladoras” y que causan un tremendo daño en sus elementos de cerámica.
Este lugar público y de encuentro ha experimentado varias restauraciones; así, siendo alcalde Patricio González, se eliminó la barandilla de hierro y se reconstruyó la balaustrada original, aunque con piezas de inferior calidad con respecto de las primitivas. Las últimas actuaciones restauradoras han sido las llevadas a cabo por Celia Torres, miembro de la asociación La Trocha, y su equipo Taracea. Por desgracia, el vandalismo acecha a esta plaza y nunca faltan algecireños incívicos que infligen daños en sus elementos decorativos.
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