Campo chico

El escudo y la proeza de los Figueroa

  • El escudo ponía de manifiesto la rareza de Algeciras, de haber sido dos veces restaurada

  • La proeza consistió en penetrar en Gibraltar escalando el peñón por la cara este de la Roca

Puerta del patio de los Arrayanes.

Puerta del patio de los Arrayanes. / E.S.

La historia, tal cual el nombre de Antonio Figueroa (coronel Figueroa) mereció ser el de esa callejuela de los Rayos X, es fabulosa y muy poco conocida, no obstante estar en el relato de unos cuantos autores. Como poco conocida es también, la vinculación de Ceuta con Gibraltar anterior a su pérdida de manos de la pérfida Albión, término (peyorativo) usado con frecuencia por Napoleón para referirse a Inglaterra y a sus fraudulentas acciones. La expresión, sin embargo, no es suya, aun siendo muchas las que se le atribuyen, sino de un curioso personaje de la nobleza francesa, de ascendencia española, poeta ocasional, llamado Augustin Louis de Ximénès (1728 – 1817), mosquetero como D’Artagnan y enredador como él solo.

En lo que se refiere a esa relación entre las Columnas de Hércules (versión romana de las estelas de los griegos); es decir, el peñón de Gibraltar y el monte Hacho, en Ceuta, o tal vez el Musa marroquí; hay un excelente trabajo –no podía ser menos– del cronista oficial de Ceuta, José Luis Gómez Barceló, (publicado en el núm. 37, 2007, de Almoraima) muy recomendable para ponerse al tanto. El historiador acude al relato de un testigo presencial directo del asalto anglo-holandés a Gibraltar, Alejandro Correa de Franca, que tenía 31 años entonces, para ilustrar lo que pasó.

Es cosa sabida y proclamada, incluso en su nuevo escudo (bis restaurata, dos veces restaurada), que Algeciras sufrió, aparte de los numerosos cambios de inquilinos, un par de idas y venidas especialmente violentas. Tanto es así que su reincorporación al Reino de Granada, supuso el ostensible señalamiento de lo sucedido, en la mismísima Alhambra. Y no sólo en lo que pueda aludir al particular, en las inscripciones o en las exhibiciones de material llevado hasta allá desde estas tierras, sino incluso recogiéndolo en el verso de un celebrado político y poeta granadino, Ibn Zamrak, que vivió entre 1333 y 1394.

En la leyenda que para los turistas recogen los textos redactados sobre la Alhambra, hay un apartado dedicado al Patio de los Arrayanes que, entre otras denominaciones, alude al arbusto con que se han creado los setos alineados a los lados de su estanque central. Dice así: “En la parte superior de la galería norte, tras la que se alza la Torre de Comares, existe un parapeto con dos pequeñas torres laterales, que se rehicieron en 1890 al arder el techo de esta galería y el de la sala siguiente. Los extremos de la galería presentan alacenas con arcos, cúpulas y vasares de mocárabes [bóvedas ornamentadas en panal] sobre un zócalo de azulejos de finales del siglo XVI, el cual presenta una inscripción en su parte superior correspondiente a un poema de Ibn Zamrak, en honor de Mohamed V tras la conquista de Algeciras en 1368”.

En uno de estos Campochicos, de hace algo más de dos años y a propósito de referirme a una vieja zapatería, la de Sebastián Moreno, pintoresca donde las haya, situada en la calle José Antonio (Radio Algeciras), ligeramente a la derecha de la bocana de General Castaños, hice un comentario sobre la leyenda del Escudo de Algeciras sobre el que ahora me parece oportuno volver. La leyenda, en latín, como es preceptivo en las lides de la heráldica, es la siguiente: civitas condita ex lethæo bis restaurata. La primera noticia gráfica que se tiene del escudo es su aparición en el Diario de Algeciras, el primer periódico que tuvo la ciudad.

El historiador y archivero algecireño, Alberto Sanz Trelles, nos cuenta en su La prensa en Algeciras (1805-1905), que a finales del siglo XVIII, cuando aún no se habían cumplido cien años de la repoblación de la ciudad, se estableció la primera imprenta del Campo de Gibraltar. Fue su promotor, Juan Contilló y Conti, y de ella surgió el Diario de Algeciras. Salió a la calle a principios de 1805 y sobrevivió hasta 1814. Puede darnos una idea de la importancia histórica de esta publicación, el hecho de que el decano de la prensa andaluza es el Diario de Cádiz, cuya antigüedad se remonta a 1867; es decir, a más de seis décadas después de la publicación del periódico algecireño en el que los vecinos de la ciudad pudieron sorprenderse contemplando su escudo.

Nuestro escudo ha vivido una cierta y desordenada metamorfosis, sobre todo desde su aparición formal en el Manual de la Provincia de Cádiz, de Luis de Igartuburu, publicado en 1847 y dedicado a Francisco Javier Cavestany, un político sevillano que casó con una gaditana y ocupo importantes destinos en la época de publicación del libro, entre otros el de jefe político de Cádiz y el de subsecretario del Ministerio de la Gobernación, precisamente en el año de publicación del manual. Una versión muy difundida del escudo fue la de Luis Carlos Gutiérrez Alonso, un artista algecireño plurivalente, experto en artes decorativas, que publicó y comentó en un trabajo (Almoraima 13 (1995)) firmado con Juan Ignacio de Vicente, la ilustrativa carta que, datada el 31 de agosto de 1704, el rey Felipe V dirigió al cabildo de Guadix con motivo de la pérdida de Gibraltar.

El nuevo diseño del escudo, sería remitido a la Consejería de Administración Local y Relaciones Institucionales, por el Ayuntamiento de Algeciras, en la señalada fecha del día 4 de diciembre de 2014. Un poco más tarde, el 12 de enero siguiente, el Boletín Oficial de la Junta de Andalucía, publicó su inscripción en el Registro Andaluz de Entidades Locales. No había en la recién nacida última y definitiva versión, diferencias sustanciales con sus predecesoras, salvo en que aparecía la frase en latín citada. Me pareció muy ocurrente, por cuanto ponía de manifiesto la más señalada rareza de Algeciras, el haber sido dos veces restaurada. No obstante su lectura me inspiraba dudas, sobre todo cuando me encontré con una traducción que circulaba por algunos medios y decía lo siguiente: “ciudad fundada sobre el olvido y dos veces reconstruida”. Nunca supe ni quién fue el redactor de la frase en latín ni, mucho menos, quién la tradujo.

Tenía el propósito de hablar sobre el asunto con mi inolvidable y admirado amigo Luis Alberto del Castillo, pero no encontré la ocasión. Luego he vuelto a pensar en la frase latina y, sobre todo, en su traducción. Antes de abordar esta crónica he consultado mis pareceres con un colega del que me consta su idoneidad, conocimientos y rigor. Me refiero al profesor Nicasio Salvador Miguel, catedrático de Literatura Española Medieval de la Universidad Complutense, que me ha aclarado algunos detalles. La frase latina refleja muy bien la realidad histórica de lo sucedido, pero te deja un tanto confuso frente a la palabra lethæo. No obstante, yo habría añadido, como escribí en la ocasión referida, algo así como et pluries laeditur (y muchas veces dañada).

Nuestra posición geográfica nos ha causado muchos problemas, empero la leyenda está bien como está si optamos por priorizar la brevedad. El caso es que lethæo puede aludir a un río, el Lethaeus de Creta, o quizás más bien al río Leteo del infierno, una referencia mitológica manejada por los poetas latinos del último siglo anterior a nuestra era. De modo que ex lethæo debiera tener la intención de referirse a algo así como “desde el infierno”: una alusión a la época musulmana por parte de los cristianos. Visto lo visto, que “ex” no debe traducirse como “sobre”, sino como “desde”, y que restaurata es “restaurada” y no “reconstruida”, la leyenda dice: “ciudad fundada desde el Leteo (el infierno, o el olvido o la discordia en la literalidad bizantina) y dos veces restaurada”, entendiendo que su fundación se lleva a cabo desde el infierno que suponía el islam para el cristianismo.

La proeza del Coronel (Antonio) Figueroa, compartida por su hermano Francisco, teniente coronel, consistió en penetrar en Gibraltar escalando el peñón por la cara este de la Roca. Se sirvieron como guía del cabrero Simón Rodríguez Susarte y mandaban un batallón de quinientos soldados procedentes de la guarnición de Ceuta. Los Figueroa pretendían recuperar el territorio usurpado y emprendieron la tarea poco después del aciago 4 de agosto de 1704, en que el almirante inglés Rooke, saltándose todas las leyes y vulnerando todos los principios y las normas del Derecho Internacional, colocó la bandera de Inglaterra en tierra y tomó la plaza en nombre de la reina Ana, descartando lo que un día antes había hecho el príncipe de Darmstadt, con el estandarte del archiduque Carlos de Austria, aspirante a la corona de España frente a Felipe de Borbón, Duque de Anjou, que reinaría con el nombre de Felipe V. Se cerró la Casa de Austria y se abrió la de los Borbones. Y ahí sigue.

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