Que no existe el centro

El gran problema de nuestro tiempo, de España, es la dinámica propagandística y el lenguaje huero de ataque y deslegitimación permanente

Veo la entrevista que Évole ha hecho a Josu Urrutikoetxea. No alcanzo a entender de dónde llega un ápice de polémica para un trabajo, como todos los suyos, oportuno, valiente, medido, crítico y expositor. La pega sólo se entiende desde la perspectiva del fanatismo que mira desde una eternidad perfecta a los errantes mortales. La gran pregunta sobre el mal no tiene que ver con las personas que lo ejercen sino con las situaciones que lo han banalizado hasta normalizarlo, ése es el precipicio desde el que los genocidios se institucionalizan. No sorprende un demente asesino, la sorpresa está en descubrir cómo nuestra abuela apoyó una locura como ésa, y esto es doloroso y no fácil.

Explicar no significa justificar, sino entender para no caer. Basta observar cómo algunos de nuestros intelectos han defendido eso de la “tercera España” para terminar, siempre de centro, con neonazis en Ferraz justificando que no todos lo son; eso es el fracaso de un trabajo sin fondo real de pensamiento, sino repleto de tópicos que olvidan los hechos selectivamente sin admitir que buena parte de nuestras leyes nunca serían votadas por unos ni otros y hoy son ordenamiento jurídico. Pensar es descomponer, quienes componen son los intereses (económicos).

El gran problema de nuestro tiempo, de España, es la dinámica propagandística y el lenguaje huero de ataque y deslegitimación permanente que impiden cualquier pacto institucional. Reviso a Trump estos días hablando de Biden y los tribunales: oigo un calco del lenguaje de nuestra derecha, no es casual. Esa izquierda de pegatinas y pancartas, antes radical y minoritaria, quizá inevitable, hoy la ocupan grupos ultraconservadores con las correspondencias simbólicas oportunas. Pero lo peor es que hay una sector creciente, a punto de ser mayoritario, que ha aceptado estas consignas y hace pasar por moderación de centro un radicalismo excluyente que sólo admite una visión del mundo, ajeno a la pluralidad porque no es culto de verdad sino defensor de los intereses citados.

El trabajo intelectual está en revelar esto, no en justificar posiciones. Esta pobreza ideológica, propia de épocas ultrareaccionarias, es un peligro. De ahí surge una nación que apoya a un asesino porque lo considera la única vía: años de propaganda convierten a familias en criminales que llorarían afrentados e incrédulos si no les dejaran ejecutar sus programas de limpieza.

El Gobierno actual no hace nada que no hayan hecho los anteriores y debe ser criticado, como los anteriores; pero es fundamental cambiar el lenguaje maximalista, empleado ¡por quienes organizaron grupos armados antiterroristas o nos metieron en guerras internacionales ilegales o usaron como publicidad electoral el asesinato de 200 personas en Madrid! Más análisis, más respeto, más tolerancia y menos verdad, más cultura, menos símbolos y menos violencia. El que pueda que haga, algo por la paz.

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