Vivimos en un país maravilloso, España, en un estado democrático que avanza, paso a paso, día a día, pero estamos rodeados de “pequeños grandes fascistas”. Alguien puede pensar que me estoy refiriendo a presuntuosos y egocéntricos seres que viven y comen de la política; no se trata de ellos. Son más peligrosos porque están más cerca e influyen en muchos parámetros de nuestra vida diaria.

Todos conocemos a un portero o conserje de un ente público que se cree con rango superior a Queipo de Llano y que mandan más que la fregona de una madre. Por supuesto, no dan un palo al agua pero dejan claro que son los que allí mandan. Se les olvida que están al servicio público de la ciudadanía y que cobran por los impuestos que pagamos. Este mismo carácter, siempre con cara de ajo, los tenemos en oficinas y dependencias tanto públicas como privadas de la Seguridad Social, Hacienda, Empleo, Banca, Seguros... Por supuesto que la inmensa mayoría son serviciales, informadores y agradables, pero cuando te encuentras con uno o una de mando en plaza no lo olvidas. Pero estos especímenes tampoco son peligrosos ya que influyen poco y su capacidad operativa es mínima.

Los auténticamente peligrosos son aquellos que han llegado a su responsabilidad con nuestro apoyo. Es decir, presidentes de entidades sociales, deportivas, culturales, recreativas, comunidades de vecinos e incluso religiosas. A ellos y ellas se les ha llenado la boca de pregonar que son servidores, los más demócratas, pero cuando se han revestido del cargo hacen real nuestro refrán de “si quieres conocer a fulanito dale un carguito”. Un gramo de mediocridad se convierte en una tonelada de autoridad. No admiten las opiniones y son grandes alérgicos a las críticas, no las toleran y se las toman como ofensas personales ya que han unificado el cargo a su persona. Se les olvida que no es vitalicio, sino un servicio momentáneo al que han llegado por iniciativa personal y no por herencia familiar. Su frase favorita es “¿y tú quién eres?”, ya que se ven de rango superior.

Un socio o un hermano tienen el mismo voto que el presidente. La calidad solo es para las sociedades mercantiles privadas, como indicó el Tribunal Superior de Justicia. Pero esto ocurre porque se lo permitimos. Con los estatutos “democráticos” de nuestras asociaciones se pueden inhabilitar y destituir en cualquier momento. Quién manda es la asamblea, lo que no se vota no tiene validez.

Seamos demócratas en nuestras entidades. Debemos fomentar la participación, la opinión, el debate en nuestras asociaciones, en nuestras hermandades, donde el juego democrático sea una práctica diaria y de esa forma continuaremos creciendo.

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