Una gota fría devastadora
Andaluces en territorio arrasado por la DANA
La foto de la tortilla se ha deconstruido, hay viejas amistades que corren peligro y enemistades telúricas que se han disuelto, el viejo PSOE andaluz, que es como decir el PSOE de los grandes éxitos, el bólido que viajó desde la clandestinidad al Gobierno en sólo seis años, ha entrado en ebullición. Ni Felipe González ni Alfonso Guerra han logrado que el PSOE caoba se enfrente a Pedro Sánchez, que a fin de cuentas es un recién llegado, un secretario general que nunca ha cuidado su relación con Andalucía, una de las dos mecas de la refundación socialista de 1974, junto a la margen industrial de Vizcaya. ¿Qué le pasa a Felipe? Ésa es la pregunta ¿Cuándo se le fue la fuerza al Tío del Puro? ¿Cuándo dejó de ser el 'number one'?
Sin el contexto político, la argumentación de Felipe González en contra del posible acuerdo de investidura de Pedro Sánchez con el fugado Carles Puigdemont a cambio de una amnistía es impecable. Dos tercios de los españoles, según el sondeo publicado esta semana en este diario, están en contra de esa medida de gracia, la opinión negativa es mayoritaria incluso entre los votantes socialistas, pero ni el viejo PSOE andaluz ni el nuevo se han posicionado en contra de Sánchez; es más, muchos de ellos han afeado a González y a Guerra lo que entienden como una campaña desplegada por ambos desde el 1 de septiembre para impedir la investidura del aspirante socialista.
El contexto es que el 29 de mayo, el día después de las elecciones municipales, el PSOE estaba muerto, había perdido todo el poder municipal y el territorial y la inmensa mayoría de los dirigentes no comprendían por qué Pedro Sánchez había adelantado las generales al 23 de julio. Estado de shock, noqueados ante un presidente que, además, ni iba a patearse España en la campaña electoral, ni siquiera iba a visitar Andalucía. Pero ocurrió lo que parecía inevitable: Sánchez impidió que PP y Vox sumasen la mayoría absoluta. Es más, aconteció lo imposible, el PSOE podría seguir gobernando.
En los esquemas mentales de un partido político no cabe discutir a un entrenador que, aunque sea por carambola, ha llevado al equipo al primer puesto de la Champion. Aquellos que venían preparándose para la dimisión de Pedro Sánchez aquella misma noche tuvieron que guardar las navajas, pero Felipe González siguió adelante. No felicitó a Sánchez, no mostró su alegría ante la barrera que había levantado ante Vox, sino que apuntó a zona más débil del proyecto sanchista: la amnistía al fugado Carles Puigdemont y sus conmilitones de octubre de 2017. Alfonso Guerra, que ya venía más molesto con Sánchez desde que lo apartó de las celebraciones de la victoria socialista de 1982, puso la sal y la pimienta, al acusar al secretario general de "desleal y disidente".
"Felipe se ha equivocado una vez más, no aprende y lo de Guerra con la peluquería ha terminado con los dos". Así se expresa un viejo dirigente socialista que, como otros tanto, describe la pérdida de influencia de González dentro del PSOE de un modo gradual: apoyó a Joaquín Almunia, pero fue Borrell quien ganó las elecciones primarias para la candidatura a la Presidencia del Gobierno; respaldó a José Bono en el congreso que eligió a José Luis Rodríguez Zapatero y se equivocó con Susana Díaz en contra de Pedro Sánchez. Otros ex dirigentes, como Luis Yáñez, han sido más duros: "No le perdonaron a Sánchez que le ganase a Susana".
Lo que se vive ahora en el PSOE no es una batalla entre sanchistas y susanistas, porque no hay seguidores de la ex presidenta de la Junta y todos los que la apoyaron en su día se rindieron ante la preferencia de la militancia. Ni siquiera hay una corriente mayoritaria a favor de la amnistía, pero lo que no perdonan a González y Guerra es que no hayan esperado a que Alberto Núñez Feijóo pasase antes por el tránsito de una sesión de investidura fracasada.
Y lo que opinan muchos de los ex dirigentes con los que este diario ha hablado es que González ha alentado a que diputados socialistas se rebelasen contra Sánchez y terminaran por apoyar a Feijóo, tal como ocurrió en 2016 con la investidura de Mariano Rajoy. Son esos "socialistas buenos" a los que ha apelado Feijóo y el presidente de la Junta, Juanma Moreno, cuatro diputados que voten por el candidato del PP para que evitar que los independentistas acaben con España. "No les servirá para nada, no tienen ni el cariño ni el apoyo de nadie", explica un miembro de la dirección federal.
Frente a González se ha alzado uno de los dirigentes que compartió con él el despacho de abogados laboralistas de donde surgió el núcleo sevillano del PSOE. Rafael Escuredo, ex presidente de la Junta y artífice del referéndum del 28 de febrero de 1980, no ha dejado de expresarse en la red X (antes Twitter) contra González. Ningún líder de aquellos años ha seguido al ex presidente del Gobierno. Sólo José Rodríguez de la Borbolla, el hombre que sucedió a Escuredo en la Presidencia de la Junta.
Borbolla defiende que a González y Guerra sólo le mueve la "convicción" de que una amnistía, además de contraria a la Constitución, es ceder el poder a quienes quieren desgajar a España, que cada acuerdo con Puigdemont violentará más la desigualdad de los españoles en función de la comunidad autónoma donde vivan.
La ruptura emocional entre Felipe González y el viejo PSOE andaluz estalló el jueves de la semana pasada, cuando el ex presidente del Gobierno recogió en Sevilla un premio de la Cámara de Comercio. No sólo le acompañó Juanma Moreno, presidente de la Junta; también el alcalde hispalense, el popular José Luis Sanz; el delegado de la Junta en la provincia, Ricardo Sánchez; la consejera de Educación, Patricia del Pozo, y hasta el ex líder del PP andaluz, Javier Arenas. Neofelipismo para tratar de convencer a los "socialistas buenos" de la necesidad de respaldar a Feijóo. "Ya no se acordaba de que el PP de Arenas lo quiso meter en la cárcel", remata uno de esos ex dirigentes que asistieron con estupefacción al despliegue que los populares andaluces hicieron en torno a González.
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