Tribuna

José antonio gonzález alcantud

Catedrático de Antropología Social

Pobreza y jerarquía

La pobreza nunca puede ser una condición de la felicidad, y la riqueza de la desgracia, por más que nos relaten que el marajá rico se suicidó afectado de melancolía incurable

Pobreza y jerarquía Pobreza y jerarquía

Pobreza y jerarquía

En los años veinte hubo un debate sobre la decadencia de la civilización occidental que se encarnó sobre todo en el orientalista René Guénon, quien sostenía que la pérdida del sentido de la jerarquía era parte de esa decadencia. A ese tenor Guénon saca la consecuencia de que un genérico "Oriente" identificado con diversas culturas era depositario de una añorada jerarquía procedente de un fondo antiguo, muy arcano, de la Humanidad.

Por los mismos años los británicos se escandalizaban hipócritamente del sistema de castas hindú. En su cabeza parecía no caber la existencia de una jerarquía de nacimiento inmutable. Al menos hacían como que se escandalizaban, porque si hemos de ser justos si alguna aristocracia europea era hermética y altiva era y es la británica. Rajás y marajás indios desde su magnificencia principesca debieron de seducir a los británicos desde el primer momento: ¡se parecían tanto a ellos! No les fue difícil establecer una corriente de simpatía mutua. Incluso no les resultó estravagante imaginar que bajo la autoridad aristocrática vivían felices los campesinos gobernados de manera patriarcal, modos de vida arcaicos que en la Inglaterra de su época ya se habían agostado por la irrupción de la revolución industrial.

Gandhi, en su lucha no violenta por la independencia, intentó amortiguar el impacto de las castas sin lograrlo plenamente. Resulta llamativo que hoy bajo la cobertura de una democracia de partidos en la India, con sus, dicen, casi 1.300 millones de habitantes, siga perdurando el sistema de castas. La distinción de los sujetos comienza por el apellido mismo que pone una barrera entre quienes pertenecen a una casta u otra. Algunos parias para escapar al destino se han ido haciendo musulmanes o budistas, ya que estas religiones no admiten diferencias sustantivas de por vida. Para evitar sobre todo la fuga del hinduismo al islamismo, el Gobierno indio lleva a cabo desde hace tiempo políticas de discriminación positiva hacia los intocables, pero sin cuestionar las castas en sí mismas.

Los primeros sociólogos que se interesaron por las castas se dieron de bruces con el enigma casticista, allí y aquí. A mí a veces, y no pocas, nuestro orden social y político, ya lo he dicho en alguna ocasión en este mismo diario, cuando Podemos agitaba las aguas con la idea de casta, que yo aplaudí, me sigue pareciendo en parte de castas. Sobre todo, lo compruebo cuando nuestros compatriotas, sean pobres o ricos, cultos o incultos, ponen sus apellidos y, en definitiva, su casta por delante de los méritos propios. Tengo la impresión, quizás infundada, de que el sistema de clases, por más que Marx enviase a su yerno, Paul Lafargue, a predicar a nuestro país, no ha prosperado tanto como para haber hecho replegarse a las castas. Dicho lo cual, los podemitas se han quedado en la superficie con su definición oportunista de casta, que han tirado por la borda antes de tiempo.

Marx veía con agrado el colonialismo británico en la India, porque haría desaparecer las enclaustradas castas dando paso a las clases sociales, más permeables. Llama la atención en esa India pintoresca que celebra festivales primaverales coloristas, y que atrae por su espiritualidad ambiental, que las gentes que viven acomodadas allá consideren felices a los pobres, sean intocables o no. Cuando el sol se levanta sobre el río Ganges, lugar de peregrinaciones, en cuyas aguas -nada sucias por cierto, un estereotipo occidental que los irrita- los gurús embadurnados de cenizas de los crematorios cercanos dan las gracias por estar vivos, esa felicidad parece real y filosófica. En los círculos donde vivimos también se oye decir a menudo: no le des mucho (a un pobre) porque entonces lo corrompes, como si la pobreza fuese un factor de felicidad.

Mas la pobreza nunca puede ser una condición de la felicidad, y la riqueza de la desgracia, por más que nos relaten que el marajá tal, podrido de dinero, se suicidó afectado de melancolía incurable. Nos relatan esto para que pensemos que la riqueza no da la felicidad sino su contrario. En la regresión que nuestro mundo está conociendo un mensaje que puede calar es que la pobreza, a la cual ya comenzamos a habituarnos a diario sin inmutarnos, es natural y que los pobres son felices en su propia escasez. Sería una sutil manera de restablecer esa jerarquía de castas que habría desaparecido con el fin de la sociedad estamental, y que, unida al racismo ambiental, daría por resultado el tirar por la borda todos los logros habidos en Europa desde el fin del Antiguo Régimen. Se equivocan quienes ven en los últimos temblores sociales y económicos un episodio de la lucha de clases, al estilo marxiano. Y se equivocan aún más quienes han amortizado la palabra casta. Más aún ahora cuando la pulsión jerárquica del sistema de castas lucha denodadamente restaurar su orden.

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