Tribuna

Abel veiga

Profesor de Derecho en la Universidad Pontificia de Comillas

Naciones Unidas, ser o no ser

Probablemente, la irrelevancia de Naciones Unidas es más culpa de quiénes controlan el Consejo de Seguridad que de la propia institución

Naciones Unidas, ser o no ser Naciones Unidas, ser o no ser

Naciones Unidas, ser o no ser

Naciones Unidas tiene al frente al portugués Guterres. La década de Ban Ki-moon termina con sombras y escasos logros. La impotencia y el bloqueo vergonzoso frente a la brutal guerra siria, algunas vergüenzas en el pasado de tropelías cometidas por cascos azules, y un pequeño etcétera han ensombrecido y oscurecido el mandato de un hombre al que le faltó coraje, fuerza, energía y posicionamiento, si bien fue escasamente apoyado por quienes controlan el poder en la ONU. Es difícil alcanzar y lograr algo, sí ilusionar. Pero la realidad golpea y martillea. Las guerras siguen existiendo, las migraciones masiva, la violencia étnica, frente a las mujeres, el abuso de los derechos humanos sobre todo por algunas grandes potencias, la imposibilidad de la paz en Oriente Medio, las crisis de los refugiados, el cambio climático. Probablemente, nadie las erradicará, como tampoco la pobreza. 2015 era el gran año hace una quincena para lograr pobreza cero. Una entelequia más dentro de un edificio donde la utopía y el realismo, el palo y la zanahoria, el veto y el cinismo tiene idéntico protagonismo.

En la época del segundo Bush éste condenó a la irrelevancia a Naciones Unidas, así lo atestiguaban sus halcones Trump y sobre todo Richard Perle, arquitectos de aquella guerra ilegal y sin el respaldo del Consejo de Seguridad en Iraq. Probablemente, la irrelevancia es más culpa de quiénes controlan el Consejo que de la propia institución. Aquel exterioriza una composición y una relación de fuerzas anacrónica y disímil que reflejaba el orden de 1945 pero no el actual. Como la escasa sintonía entre la Asamblea con más de 190 países, y el reducto del Consejo. Las potencias o quienes juegan a serlo aun no siéndolo han manipulado y sesgado la neutralidad y la misión que, en su día tuvo el Consejo de Seguridad.

Ban deja un legado complejo, igual que el que heredó. Pasión y compasión acaba de recetar a Guterres. Éste bregado la última década en el tema de los refugiados y que ha sido su pasaporte y trayectoria de éxito para alcanzar la Secretaría. Son tiempos de crisis, pero no han sido mejores otros en el pasado. Tiempos de incertidumbre a nivel mundial, donde el elitismo compite con el populismo y la escasa o nula responsabilidad de los dirigentes mundiales.

La escalada dialéctica y el atisbo de rearme de Estados Unidos y Rusia anunciado por el presidente electo y por el ruso no aventuran tiempos fáciles ni cómodos para la institución. Los desafíos son manifiestos, a veces funestos. Pero hay uno donde radica el nervio mismo de la organización, su reforma. Su aggiornamento, la creación de una organización viva, eficaz, eficiente y que represente el mundo actual, con sus equilibrios y contrapesos. Donde el Consejo pierda peso y la Asamblea sea algo más que un aplaudómetro vacuo. Los equilibrios han de acompasarse de realismo y veracidad. No de imposición, de veto o de incapacidad de diálogo y de decisión.

La paz sigue siendo la columna vertebral. El arquitrabe de un edificio que puede volverse arena o convertirse definitivamente en rocoso. Equilibrar las bravatas rusas y norteamericanas de un Trump que acaba de ridiculizar hace unos días a propósito de la primera condena por los asentamientos ilegales de Israel y la abstención histórica que no veto de una administración norteamericana, desentrañar los entresijos chinos y ser una voz con autoridad y peso en la comunidad internacional exigirá algo más que cintura, audacia y carácter. Una voz clara frente a la deriva de Corea del Norte, un posicionamiento cierto ante Irán, ante Oriente Medio, ante Cuba, ante Venezuela, ante tragedias humanas como Haití, como en algunos países africanos, el cambio climático, la pobreza, la educación, los refugiados, las armas, marcarán sin duda el primer quinquenio del portugués.

Devolvamos a la ONU el prestigio que una vez tuvo. Dejemos de chantajear y hacerlo rehén de los intereses o el desprecio de unos pocos. Diplomacia de alturas, pero que sea algo más que una caja insonora donde chocan demasiados ecos sordos y sórdidos. Hoy es más necesaria que nunca una organización neutra, activa, dialogante, firme y enérgica. Precisamente lo que los más poderosos y los que están dispuestos a saltarse unilateralmente toda legalidad internacional no desean. La suerte está echada.

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