Al sur del sur

Javier Chaparro

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Gibrexit: aeropuerto, puerto y otros irritantes

Para Reino Unido, Gibraltar sigue siendo una base militar en un territorio de ultramar, lo que bloquea el acuerdo para derribar la Verja

La semana ha estado animada en torno al futuro de Gibraltar y su relación con España. La publicación de un amplio reportaje en The Times ha desvelado la visión pesimista que el gobernador de la colonia, el vicealmirante David Steel, tiene respecto al proceso de negociación que Reino Unido y la UE vienen manteniendo desde octubre de 2021 para la firma de un acuerdo que permita derribar la Verja. Steel, máximo representante del Gobierno británico en el Peñón dice lo siguiente: "Los españoles han pedido un marco regulatorio sobre la gestión del aeropuerto que implica jurisdicción española, que no es algo que Gibraltar pueda tolerar".

Las palabras del gobernador, extensibles a la situación del puerto llanito como puerta de entrada por mar a Gibraltar, alude a la voluntad de España de participar en la gestión aeroportuaria y a establecer, con el apoyo de sus socios europeos, los lógicos y correspondientes controles policiales y aduaneros para proteger la soberanía de todos ellos y no dejarla en manos de terceros, en este caso, las autoridades británicas.

No es un asunto menor porque España es el país responsable de garantizar la seguridad de las fronteras exteriores de la UE y, a los efectos, la Verja de Gibraltar tiene (o debería tener) la misma consideración que las existentes, por ejemplo, con Marruecos en las ciudades de Ceuta y Melilla. Además y para reforzar la posición española, es preciso subrayar que el aeródromo está levantado ilegalmente en el istmo, una zona ocupada, no cedida por España en el Tratado de Utrecht. Por lo que se refiere al tan traído y llevado papel de Frontex, quedaría reservado exclusivamente a tareas de apoyo durante un periodo de cuatro años, luego no cabe atribuir a este cuerpo la condición de casco azul.

Pero más allá de todo ello, como el responsable militar del Peñón que es, si Steel se pronuncia respecto al aeropuerto de Gibraltar es porque, desde sus orígenes en la II Guerra Mundial, se trata de una instalación militar, con independencia de que lleguen también a ella aviones civiles con centenares de miles de pasajeros cada año. Desde la perspectiva del gobernador y la de sus jefes en la metrópoli, el Peñón no es un simple territorio de ultramar donde sus tropas pasan el rato, sino una base militar de primer orden entre el Mediterráneo y el Atlántico. Y enclavada en una colonia en la que no quieren ver a ninguna autoridad extranjera, así sea un policía nacional, un guardia civil o un agente de Aduanas.

No es de extrañar, por tanto, que los llanitos reprochen a “los ingleses” el no deal con la UE y atribuyan el desencuentro a una cuestión de soberanía militar, aunque sería de necios olvidar que existen otras cuatro cuestiones irritantes en torno a las cuales hay cierta aproximación, aunque sin que se hayan alcanzado pactos cerrados: control del tabaco de contrabando (que sigue entrando en España a espuertas), armonización fiscal (con un equivalente al IVA en la Roca), igualdad de las pensiones para los trabajadores transfronterizos españoles y adecuación de la normativa ambiental del Peñón a la de la UE.

La Verja entornada

Suspendidos los contactos por la convocatoria de las elecciones generales en España, la cuestión es saber por cuánto tiempo se mantendrán vigentes en la Verja los acuerdos provisionales que permiten a los gibraltareños entrar en España sin que se les identifique, lo que en la práctica representa una anomalía en el cumplimiento de los acuerdos de Schengen. Parece evidente que una victoria del PP -junto a Vox- conllevaría un endurecimiento de esas condiciones de paso y una posición más dura en cuanto a las condiciones del futuro acuerdo, aunque un triunfo del PSOE -junto a Sumar- tampoco podría interpretarse como un paso hacia un consenso que ha sido imposible de alcanzar a estas alturas.

Para España, no deja de ser un gran contrasentido que el ministro Grande-Marlaska haya situado como una prioridad de la Presidencia española de la UE “un mayor control de la frontera externa” y que, simultáneamente, el Ministerio del Interior mantenga la Verja entornada y deje entrar a través de ella cada día en España y en el continente europeo a miles de personas casi sin control. Y no se trata solo de llanitos, sino de pasajeros en tránsito de todas las nacionalidades que utilizan el aeropuerto de Málaga cuando el de Gibraltar se cierra, por ejemplo, por cuestiones climáticas.

Tampoco tranquiliza a los transfronterizos españoles la ausencia de concreción por parte del Gobierno de Pedro Sánchez en caso de que Gibraltar aplique la consabida reciprocidad si los controles se endurecen. ¿Hay un plan de contingencia para evitar las colas? ¿Estarán activos a pleno rendimiento los controles biométricos para facilitar el paso a los transfronterizos? ¿Tendrán estos que registrarse previamente? ¿Dónde están los empleos alternativos? ¿Qué futuro aguarda a los comercios, bares y restaurantes españoles donde los llanitos componen buena parte de la clientela? Demasiadas preguntas sin respuestas después de tanto tiempo.

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