Un día en la vida

Manuel Barea

mbarea@diariodesevilla.es

En la grada

Uno no entiende que los demás sean de un equipo de fútbol que no es el suyo, pero no pregunta por qué

No se debe preguntar nunca a nadie por qué es de un determinado equipo de fútbol. El interpelado sólo tiene una respuesta: "Si te parece voy a ser del tuyo". Quien inquiere pensará entonces que ha recibido la respuesta grosera de un maleducado, de un borde, pero la descortesía primera ha partido del interrogador al pretender explicaciones sobre la intimidad ajena. Uno no entiende que los demás sean de un equipo de fútbol que no es el suyo, pero no pregunta por qué un día, en la mayoría de los casos en algún momento de la infancia, cometieron esa equivocación irreversible (no hay corrección posible: el transfuguismo futbolístico delata a un mierda). Así que uno puede llegar a entender que entre la especie humana, pues ha sido materia de estudio en edad escolar y universitaria, haya habido nazis y fascistas y a día de hoy haya neonazis y neofascistas, o que no se sorprenda de que entre sus semejantes haya quien grabe Operación Triunfo y Masterchef o pase horas y horas al raso en una cola para terminar pagando por asistir a un concierto de, pongamos por caso, Bisbal. Hay gente, tal es su diversidad, capaz de comportarse de esa forma y de otras mucho más extrañas, pero lo que a uno no le entra en la cabeza es que, existiendo el suyo, pueda haber gente de otros equipos. Es un misterio. Pero no debe preguntarse por él.

Está en el graderío, en su corazón mismo. Y ni siquiera ahí es resoluble. Su influjo hipnótico puede confirmarte pero también confundirte, con el poder suficiente para inducir en uno la duda, mientras te abruma y hasta te seduce con el grito primario, en medio de todo ese turbión de emociones que deriva en un paroxismo colectivo que hace crujir la grada. Y es precisamente en la adversaria, y hasta en la más inhóspita cuando se da el caso, lejos del abrigo de la tuya, donde más y mejor lo percibes, en soledad, rodeado de rivales, de toda esa multitud que no es de tu equipo sino del otro aunque te resulte inconcebible, yendo a contracorriente, celebrando en silencio los goles de tus jugadores, intentando sobreponerte a la vocinglería que aúpa a los suyos y amedrenta a los tuyos. Es como estar en el Álamo viendo acercarse a las tropas de Santa Anna. Es una sensación acojonante. Incluso cuando ellos derrumban la última resistencia y alcanzan su objetivo y entonces la grada, donde tú eres el otro, el intruso, el que ha llegado de fuera, tiembla. Y tú con ellos. Solo. Con tu equipo. El único. Y por eso no se pregunta. Nunca. Sólo tú lo sabes.

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