Análisis

Alberto Pérez de vargas

La Escalerilla y cosas así

La construcción de la Escalerilla fue contemporánea a la del estadio El MiradorUna alegoría escultórica en el paseo marítimo recordaba al llamado Convoy de la Victoria

Hace ya algún tiempo me encontré una vieja y entrañable fotografía en la que Rafael Rus (Fali, para sus amigos de adolescencia) y yo compartimos espacio en la baranda de la parte alta de la Escalerilla, nombre propio con el que llamábamos al monumento urbano que ocupaba el sitio que ahora ocupa el aparcamiento del (es un decir) paseo marítimo. Muchos especialitos deben de tener una fotografía parecida; el fondo de la bahía y el peñón constituían un escenario natural insustituible.

Antonio Torremocha, en uno de sus magníficos trabajos sobre nuestra historia urbana, publicado por Europa Sur el pasado día 3 de julio, contaba los pormenores que abocaron en la construcción del paseo marítimo, allá por los últimos años cuarenta y los cincuenta. La Escalerilla era el gran mirador que nos asomaba al mar desde la meseta del centro de la ciudad, la Plaza Alta; una zona integrada, a principios del siglo XVIII, en el cortijo de una familia gibraltareña -los Varela-; donde se volvió a dar vida a la ciudad cuando el depredador inglés expulsó a los habitantes de Gibraltar. El cortijo de Varela; y no de los Gálvez, que fueron unos propietarios posteriores; sirvió de cobijo a los nuevos pobladores. El capellán y propietario de la capilla de Nuestra Señora de Europa era el joven Francisco José Varela, de la ilustre familia gibraltareña.

La construcción de la Escalerilla sobre un terraplén fue contemporánea a la del estadio El Mirador (inaugurado en 1954). En la base de aquel inolvidable monumento urbano, unos ciudadanos pusieron una enorme pancarta en la que se pedía que el estadio se llamara Ángel Silva. Pero aquel regidor que fue alcalde entre 1947 y 1956, no estaba por figurar y hete ahí que no hay una referencia en Algeciras a una personalidad sin la que no podría entenderse nada del primitivo desarrollo de la ciudad y de su entrada en la modernidad. Claro que si la hubiera habido ya habría sido borrada para mayor gloria de algunos bípedos circulantes.

Una alegoría escultórica en el centro del acceso desde el paseo marítimo recordaba al llamado Convoy de la Victoria, el sorprendente desembarco en Algeciras, en julio de 1936, de las tropas a las órdenes del general Franco. Pero la alegoría desapareció en poco tiempo. En cambio quedaron durante bastantes años, las huellas del bombardeo al que sometió a la ciudad, en los primeros días de agosto de 1936, el acorazado Jaime I -al que alguien ha llamado el Potemkin español- leal a la legalidad republicana.

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