Tribuna

F. Javier Merchán Iglesias

Reformas, programas y planes en la educación

Las reformas, los planes y programas educativos se suceden unos tras otros, sin que los resultados mejoren de manera significativa, ni que produzcan los efectos deseados

Reformas, programas y planes en la educación

Reformas, programas y planes en la educación / rosell

Recientemente el Gobierno de España ha aprobado un plan de refuerzo educativo centrado en la mejora de la enseñanza de las matemáticas y la comprensión lectora. Sin conocer todavía los detalles, sustancialmente el plan consistiría en una reducción del número de estudiantes por aula –mediante la fórmula del desdoblamiento en algunas materias–, en la impartición de clases de apoyo al alumnado con más dificultades y, en fin, en la mejora de la formación del profesorado. Todo ello dotado con unos 500 millones de euros que se repartirían en función de las necesidades de los centros. Está bien. Pero es inevitable la sensación de que, de manera recurrente, las reformas, los planes y programas educativos se suceden unos tras otros, sin que los resultados mejoren de manera significativa, ni que produzcan los efectos deseados, al menos en la proporción que se espera.

Ya en la década de los 70 del pasado siglo, la Ley General de Educación (LGE) se propuso, además de una profunda reordenación del sistema, la implementación de nuevas formas de enseñanza (metodologías activas) para la mejora de la educación. Sin que llegara culminar su implantación, en la década de los 80, el entonces gobierno de la UCD puso en marcha la reforma del ciclo superior de la EGB y, seguidamente, la reforma de la enseñanza secundaria. En los 90 se activó decididamente ese proceso, que culminaría con la Logse, una reforma que, al igual que la de la LGE, tuvo implicaciones sobre la escolarización y pretendió, también, la mejora de los procesos de enseñanza y aprendizaje.

Además de numerosas leyes de Reforma Escolar, desde entonces, hasta nuestros días, se han ido poniendo en marcha distintos planes y programas que, según la declaración de objetivos, pretenden la mejora de la educación. Nombrando sólo algunos de ellos, recordemos, por ejemplo, el Programa de educación compensatoria, los Planes de Autoevaluación y Mejora, el inefable Plan de Calidad en Andalucía, el Plan de Lectura y Bibliotecas, el programa PROA, las Pruebas de Diagnóstico, la implantación de clases de refuerzo escolar durante el mes de julio, y, más recientemente, el Plan de Fomento de la Lectura o la ampliación del horario de Lengua y Matemáticas. Sin negar las posibles virtualidades de estas y otras iniciativas, resulta que el nivel de comprensión lectora o de conocimientos matemáticos del alumnado –que es lo que más se mide– sigue siendo manifiestamente mejorable.

Para cualquier observador, el asunto es, cuando menos, inquietante: ¿Cómo es posible que tantas reformas escolares, tantos planes y programas, durante tanto tiempo, no consigan más que una mínima parte de sus objetivos? A este respecto, la investigación educativa ha señalado algunas de las razones de lo que Sarason conceptuó como el “Predecible fracaso de la reforma educativa”. En primer lugar, aunque en sus declaraciones así lo establezcan, muchas de esas iniciativas no pretenden realmente la mejora de la formación del alumnado, sino que obedecen a otros objetivos. En segundo lugar, se trata de propuestas que no afectan a los elementos claves del sistema escolar. Refiriéndose a las reformas escolares, Larry Cuban decía que son como el huracán en el océano: en la superficie todo es agitación y movimiento, pero en el fondo todo permanece inalterable. En tercer lugar, los distintos planes y programas carecen de evaluación, se ponen en marcha y se da por supuesto que van a funcionar, sin que sus efectos se sometan a un análisis mínimamente riguroso. En cuarto lugar, la mayor parte de las medidas apenas cuentan con la implicación del profesorado, a los que suele considerar como terminales ciegas de estrategias ya decididas. Finalmente, las reformas, los planes y programas de mejora de la educación tienden ignorar o hacen abstracción de los factores políticos, sociales y culturales que inciden en los procesos de enseñanza y aprendizaje, pero ignorarlos no significa que no existan.

En fin, no deja de ser curioso que las administraciones educativas estén constantemente lanzando iniciativas ortopédicas para la mejora de la educación, como si desconfiaran del funcionamiento del sistema educativo. Quizás es que la educación, tal y como la conocemos, no es la solución sino parte del problema. Pero algo es mejor que nada, así que dejemos atrás el escepticismo –o el optimismo bien informado– y confiemos en que este nuevo plan de refuerzo tenga largo recorrido y contribuya a esa tarea que parece pero que no es imposible.

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