Tribuna

Esteban fernández-Hinojosa

Inmortales

En el crepúsculo de esta edad dorada de la biotecnología ya somos testigos de milagros como el de la terapia CRISPR, correctora de genes defectuosos

Inmortales

Inmortales / rosell

Brindo por la ciencia biomédica y la biotecnología a las que auguro un futuro prometedor y espero, de ambas, que adentren sus raíces en la tierra fértil del conocimiento y maduren frutos deliciosos. Pero alzo la copa con cautela ante los riesgos de sucumbir a las tentadoras promesas de un futuro perfecto, promesas en las que algunos sueñan como dioses embriagados. En el crepúsculo de esta edad dorada de la biotecnología ya somos testigos de milagros como el de la terapia CRISPR, correctora de genes defectuosos, o de la evidente prolongación de la esperanza vida. Sólo cabe guardar gratitud ante el ingenio humano y el empeño de científicos y médicos por desentrañar los secretos de la naturaleza para curar enfermedades. Más, como decíamos, entre las sombras de estas bendiciones también se atisban razones para la cautela, sobre todo por la ductilidad de los poderes de la industria biomédica para hacer girar propósitos terapéuticos hacia fines más frívolos e inquietantes.

En la recámara de estos poderes también existen instrumentos de bioterrorismo (como bacterias genéticamente resistentes o drogas que destruyen la memoria), agentes de control social (como bloqueadores de la fertilidad) o fórmulas para manipular el código genético en fase embrionaria, cuyos cambios se trasmiten a perpetuidad a las generaciones siguientes. Pronto se crearán seres humanos con células sexuales de donantes anónimos que podrían madurar en úteros artificiales, sin filiación alguna ni vínculos con quienes aportaron la semilla genética. Lo más tentador e inquietante será el uso del poder biotecnológico para alcanzar la “perfección” del cuerpo y la mente. Quizá ésta llegue a ser la fuente más profunda de ansiedad pública, representada en el miedo al “hombre que juega a ser Dios”, a un mundo feliz, a un futuro posthumano. Un castillo de naipes que no aguantaría el soplo de los ideales de conocimiento y de verdad –tan ligados a la reciente conquista histórica de la igualdad y la justicia social–, forjados al socaire del espacio académico y democrático cuando se orienta a la razón.

Plantear interrogantes sobre la esencia y significado del florecimiento humano, o sobre la amenaza intrínseca de la supuesta superhumanización, obliga a meditar el significado de ser humano o el de los propósitos de la industria biomédica. De manera que, además de las tribulaciones que comportan el aborto, la destrucción de embriones o la eutanasia, también estas otras cuestiones nos enfrentarán a lo más novedoso y perturbador de la revolución biotecnológica, que no será tanto el poder de extinguir la vida, como el poder de recrearla según nuestras fantasías. En los debates contemporáneos no es un tema políticamente correcto, más bien se yergue como un faro de luz tenue entre las sombras. Las cuestiones vinculadas a la “mejora” biotecnológica parecen abstractas, distantes y sus discusiones no conciernen a los intereses políticos del momento. Suscitan dudas complejas y difíciles de articular porque reflejan problemas éticos y sociales de profundo calado. Pero merodean alrededor de la medicina e invierten identidades y valores fundamentales, todo lo cual me ha enzarzado en la redacción de un nuevo ensayo con el que abordar y ordenar estas cuestiones de hoy.

Ocurre con el nuevo ídolo de la bioingeniería, que junto a otros de índole ético, afecta a la medicina contemporánea tanto como al futuro humano. Ocuparse de visiones futuristas puede resultar presuntuoso en un mundo donde mueren cada año millones de seres humanos por desnutrición y ausencia de las más elementales condiciones sanitarias; no obstante de esto, el impulso a la “perfección” de la bioingeniería se presenta como una ola inminente, una innovación cultural revolucionaria cuya realización histórica puede sorprendernos sin que antes nos hayamos dado cuenta. Somos testigos de los avances producidos en salud, en longevidad o de las insaciables expectativas que se generan en neurociencias, que anuncian descubrimientos en las bases biológicas del comportamiento y, al mismo tiempo, anticipan la consiguiente intención de alterarlas y mejorarlas. Las decisiones que hoy se tomen en clonación humana, elección de sexo, selección genética de embriones, prescripción de psicotropos a niños pequeños o la investigación sobre biología del envejecimiento, modelarán un mundo de búsquedas utópicas que está a las puertas. De ahí el deber cívico de pensar juntos estas cuestiones, mientras procuramos alentar el cultivo de virtudes epistémicas, como la atención, el discernimiento o el amor a la verdad, único mecanismo de defensa frente a la esclavitud a la que aboca la adoración de estos nuevos ídolos.

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