Afinales de los setenta Peter Sellers, en uno de sus últimos trabajos para el cine, interpretó en Bienvenido, Mr. Chance a un hombre sencillo y de pocas palabras –rozando la discapacidad mental– que cuidaba el jardín de la mansión de un adinerado personaje. Su vida se limita a ser jardinero y ver la televisión. Vestía los trajes que le cedía su señor y nunca salía a la calle. Cuando el dueño de la casa muere Chance es despedido y se da de bruces con el mundo exterior. Justo el día que comienza su nueva vida, Chance es atropellado por Eve (Shirley MacLaine) la esposa de un magnate, amigo y consejero del presidente de la nación que le aloja en su casa, siendo acogido con gran entusiasmo por toda su familia que se sorprende por su candidez e interpretan sus simples expresiones de jardinero como acertadas metáforas para solucionar los problemas políticos y económicos del país.

Chance es tan educado, tan tranquilo y lleva tan buena ropa que lo acabarán viendo como una alternativa para llegar a las más altas instancias de la política y la sociedad norteamericana. Sus ingenuas frases se interpretan como un agudo sentido del humor y sus consejos de jardinería como profundas revelaciones sobre la vida y la política. La mente infantil que hay detrás de sus palabras encandila y engaña (involuntariamente) a las personas (supuestamente) mejor preparadas. Su inocencia, su bondad y su idiocia hace que todos vean en él un magnetismo que podría llevarle a la cúspide del poder. Curiosamente son las personas sencillas (como la criada) las que entienden la torpeza natural de Chance como una discapacidad y no como un síntoma de brillantez. Casi 50 años después, la sombra de Mr. Chance se proyecta continuamente sobre los políticos actuales que suelen mostrar tanta o más ignorancia que el jardinero, con el agravante de carecer de la inocencia y bonhomía que tan bien encarnaba el personaje de Sellers.

Ya quisieran nuestros eximios representantes políticos poder utilizar en sus parlamentos metáforas (o cualquier otra figura retórica) aunque fuesen de jardinería. En general sus disertaciones acostumbran a ser deslavazadas, llenas de lugares comunes y con más interés por ser políticamente correctos (esto es, renunciar al propio criterio para conseguir la falsa aceptación de una mayoría de imbéciles) que por expresar con claridad el mensaje a transmitir. El resultado es un parloteo irrelevante al lado del cual Mr. Chance es Demóstenes. Por desgracia, los políticos son más graciosos que el mismo Peter Sellers. Ya lo decía Will Rogers, un viejo humorista político: “En este país es muy fácil ser humorista cuando tienes a todo el gobierno trabajando para ti”.

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