Hace unos días cometí el error de distraerme mientras caminaba por una céntrica calle de la ciudad. La conversación con unos amigos hizo que olvidara que es aconsejable ir mirando hacia el suelo para evitar lo que me ocurrió: pisé una mierda de perro. La reacción de mis compañeros fue inmediata: había que comprar cupones y, a ser posible, un número que terminase en 86 (ignoro la vinculación cabalística entre las deposiciones caninas y el mencionado guarismo).

Aprovechando la proximidad del punto de venta de una vendedora de la ONCE, adquirieron los cupones atendiendo al favorable presagio que yo les había proporcionado, presagio que a su vez se vio reforzado por el hecho de que Pepi –así se llama la cuponera– tuviese por casualidad un número acabado precisamente en 86. El comentario de tan feliz coincidencia fue oído por los numerosos transeúntes que circulaban por la zona y en pocos minutos –para alegría de Pepi– se formó una cola de gente esperando para poder comprar el dichoso número.

Tengo que reconocer que yo, quizá por ser damnificado con una buena dosis de excremento canino en mi zapato, no vi el hecho como un augurio de buena suerte sino más bien como una evidente demostración de la falta de sentido cívico de algunos de los muchos propietarios de perros que viven en la zona. En efecto es de lo más habitual que los amantes de los perros acostumbren a compartir las deyecciones de sus mascotas con el resto de la población y así a pesar de los esfuerzos de los empleados municipales de la limpieza, no hay día en que no te encuentres unas cuantas y generosas muestras de heces caninas, especialmente en sitios discretos y resguardados donde los amos llevan a sus perros para que puedan evacuar al abrigo de miradas recriminadoras.

Se comprende que es repugnante tener que recoger la mierda del suelo con una bolsita de plástico, pero esa es una carga que libremente asume quien se compra un perrito y si no está dispuesto a aceptar esa repulsiva tarea debería renunciar a tener perro o, en todo caso, cambiarlo por otra mascota más higiénica como puede ser un gato; lo que a todas luces es indignante es dejar el “regalito” en medio de la acera para que lo limpiemos los demás con nuestros zapatos. En cuanto al buen augurio que supone el pisar mierda según la tradición popular, tengo que decir que es un cuento chino. Yo por si acaso también compré un cupón acabado en 86 y, como ya supondrán, no tocó ni el dinero vuelto. Mi única recompensa fue tener que limpiar concienzudamente la suela del zapato acordándome en todo momento, eso sí, de los venerables ancestros de la mascota y de su dueño.

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