¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Palabrería olímpica

Los males que hoy asedian al país ya estaban inoculados en aquella España 92 que hoy nos pintan como una Arcadia

Vimos la inauguración de los Juegos Olímpicos de Barcelona en un bar de Guarda, una de esas ciudades-fortaleza de Portugal que parecen estar siempre alerta ante una inminente invasión española. Lo cierto es que no le hicimos mucho caso. Ese tipo de ceremonias nos aburren. En general, nos hastían los grandes espectáculos lúdico-deportivos por la misma razón que no nos gusta la Basílica de San Pedro, con su insoportable soberbia barroca. Pero, si poco nos gustó aquella liturgia elefantasiaca del Estadio de Montjuïc (ahora llamado de Lluís Companys, uno de los responsables del fracaso político de la II República), menos nos place el relato que se está haciendo en estos días de lo que supusieron para España los Juegos Olímpicos del 92. Comprendemos, eso sí, que este relato es bienintencionado y que pretende reivindicar una Arcadia de unidad y colaboración nacional frente al actual páramo de discordias territoriales y crispación general. Sin embargo, no cuela, y no compartimos esa épica-light que nos quieren vender ahora los bardos de la España finisecular. Para eso, sinceramente, preferimos los mandobles de Álvar Fañez o los cañonazos de Agustina de Aragón, mitos nacionales como Dios manda, con su dosis de sangre y temeridad cerval.

Todos los grandes males que hoy asedian al país estaban ya inoculados en aquella España olímpica, especialmente los del separatismo catalán y la corrupción política, y si para algo sirvió el griterío entusiasta de las masas congregadas en Montjuïc el 25 de julio de 1992, fue para poner sordina a las alarmas que ya empezaban a sonar. Entre los principales protagonistas de aquellos días figura Pasqual Maragall, uno de los personajes responsables de la deriva nacionalista de una buena parte del socialismo catalán después de haber parasitado los votos de los cinturones obreros. Mientras los supuestos constitucionalistas se dedicaban al ra-ra-ra y llenaban de banderas españolas por unas horas el Camp Nou, los soberanistas ya habían iniciado su paciente y eficaz labor de zapa para la colonización de gran parte de las mentes y los corazones de los jóvenes catalanes. En vez de tanta banderita y de tanto patriotismo-sport, nuestros gobernantes de uno y otro signo se podrían haber preocupado por no dejarse arrebatar la educación pública ni de haber cubierto de oro a la Generalitat. También podrían haber evitado mirar para otro lado cada vez que se ejercía el derecho de pernada del 3%. Pero eso, claro, no se puede televisar ni da para el torrente de palabrería inane al que estamos asistiendo.

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