Final de Feria

Qué extemporánea resulta la Feria en estos tiempos de inquisidores que usan el resentimiento social como motor de la política

Hoy termina la Feria de Abril de Sevilla. Qué extemporánea resulta la Feria en estos tiempos de inquisidores cuaresmales. Y qué discordante resulta la Feria en estos tiempos de resentimiento social convertido en una de las bellas artes. Veo a ministras del gobierno de Pedro Sánchez paseando muy orgullosas con su traje de flamenca, y me pregunto si no se dan cuenta de que están pisando territorio político muy resbaladizo. ¿No ven que están rodeadas de desdeñosos "señoros" a caballo? ¿No son conscientes de todas esas mujeres auto-cosificadas que exhiben sin recato su belleza femenina? ¿No habíamos quedado en que la belleza exhibida con tanta ostentación era un privilegio intolerable que perpetuaba los estereotipos de género? ¿No hay una contradicción insuperable entre esas imágenes de atávico clasismo agrario -toros, caballos, cocheros de uniforme- y lo que ellas mismas dicen en sus mítines electorales plagados de argumentos populistas contra las clases altas y el Ibex-35? Pregunto, eh, sólo pregunto.

Y más aún, la Feria supone una apoteosis del despilfarro en unos tiempos en que todos -según la propaganda gubernamental- deberíamos cubrirnos de saco y ceniza bajo la severa mirada de la venerable Greta Thunberg. ¿Dónde está la contención a favor del planeta? ¿Dónde ha ido a parar el decrecimiento económico? ¿Qué ha sido de nuestra muy necesaria penitencia? Y por si fuera poco, la Feria significa la exaltación del clasismo y de la propiedad privada, cosa que nadie puede negar por muchas casetas municipales que haya. ¿Dónde queda en ese mundo híper-clasista la defensa a ultranza de los desahuciados y de los okupas? ¿Y qué hacen nuestros progresistas que gobiernan "para los más vulnerables" en un Real donde los más vulnerables sólo pueden representar el triste papel de mirones?

Sí, ya sé. Se me dirá que todo el mundo tiene derecho a divertirse como le dé la gana. Y es verdad. Pero este gobierno lleva cuatro años repitiéndonos -a través de los predicadores Otegi, Rufián e Iglesias, siempre bajo la benévola supervisión del doctor Frankenstein- que no tenemos derecho a vivir como nos dé la gana. No, no podemos. Es así de simple. Hay emergencias climáticas. Hay emergencias sociales. Hay emergencias "habitacionales" (usemos sus palabros). ¿O no era así? A ver, habría que aclararse un poco.

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