En la reciente y –si se me permite el calificativo– vergonzosa sesión de investidura del renovado presidente Pedro Sánchez, llamó poderosamente la atención el hecho de que, haciendo dejación de asuntos en teoría esenciales como la unidad de la nación, la separación de poderes del estado, la igualdad de los ciudadanos ante la ley o la persecución del delito, el aspirante a gobernar a España señalara como cuarta prioridad de la legislatura desarrollar una transición ecológica “que no deje a nadie atrás, que ayude a mitigar el cambio climático, proteja nuestra naturaleza y genere riqueza y nuevas oportunidades en todo el territorio”.

Lo cierto es que esta sorprendente atribución de adalid de la lucha contra el deterioro medioambiental de planeta que se concedía a si mismo el candidato a la Presidencia del Gobierno resulta tan grotesca como su afirmación de que fortalecerá la salud de la constitución española con la cooperación de malandrines como Puigdemont y Otegui. Considerando que no somos los españoles precisamente gente dispuesta a hacer sacrificios para preservar el medio ambiente, el advenimiento al ecologismo del postulante a dirigir el país, parece obedecer más a propiciar los chanchullos y subvenciones que tradicionalmente se asocian a la implantación de fuentes de energías renovables (eólicas, fotovoltaicas…) que a una preocupación real por el futuro del planeta.

Es muy dudoso que la gente renuncie a que al abrir el grifo salga agua, que al mover un conmutador se encienda la luz, o por el contrario que tenga que pagar un precio desorbitado por la energía que se necesita para posibilitar esos gestos tan habituales. La gran mayoría de la energía que consumimos es de origen fósil y produce gases de efecto invernadero y partículas contaminantes que inevitablemente deterioran el ambiente y producen la muerte de miles de personas al año. El dilema reside en que el desarrollo de los países va ligado al aumento del consumo energético y consiguientemente al aumento de emisiones contaminantes. El reto (que parece tener solucionado Sánchez) es encontrar fuentes de energía que contribuyan a disminuir la dependencia de los combustibles fósiles y, al mismo tiempo, garanticen un suministro de energía fiable y barato. Lo curioso es que la emergencia climática en que según el gobierno estamos (y contra la que, en su opinión, no quieren luchar los políticos de derecha), pretenden solucionarla prescindiendo de la energía nuclear, la única que (hoy por hoy) es capaz de producir grandes cantidades de electricidad libre de emisiones y de manera autónoma. La promesa del candidato es –desde el punto de vista científico– una milonga tan utópica como lo son el resto de sus “prioridades” desde el punto de vista político y económico: alcanzar el pleno empleo, aumentar el poder adquisitivo, mejorar el acceso a la vivienda o avanzar en igualdad y cohesión social.

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