Ojo de pez

Pablo Bujalance

pbujalance@malagahoy.es

El dios portátil

El problema no es la lectura marxista de la historia, sino aquello que cantaba Dylan: "Tienes que servir a alguien"

Leo que de los más de 100.000 visitantes previstos en el Mobile World Congress de Barcelona la mitad serán altos ejecutivos de empresas de telecomunicaciones y llego a la conclusión fácil de que todo encaja. Cuando Noam Chomsky definió el Iphone como "el músculo de Dios" sabía bien a lo que se refería. En realidad, Chomsky, como buen intelectual de izquierdas, se estaba refiriendo al Capital, término con el que Marx renombró a Dios en la Revolución Industrial. Lo curioso es el modo en que ambos conceptos, aun siendo el mismo, han ido reduciendo sus dimensiones materiales en virtud de una evolución, digamos, accesible. El Dios antiguotestamentario al que temían los israelitas, pleno, omnipotente e inabarcable, concretado más tarde en una determinada praxis moral por el cristianismo, ha terminado convirtiéndose en una estampita que se lleva en el bolso, la postal de una Virgen que se acaricia ante retos difíciles, el pin de la cofradía que se luce con orgullo, un idolito primario capaz de sosegar la superstición elemental. Del mismo modo, el Capital antaño sostenido en complejos sistemas de producción, vinculada a las masas de esclavos y al desarrollo de las urbes como cárceles para la guerra de clases, cabe perfectamente en el tamaño de un smartphone. El procedimiento, eso sí, sigue siendo el mismo.

El problema no es tanto lo que deriva de una lectura marxista de la historia (a todas luces ya obsoleta, aunque tal vez aprovechable en algunos términos), sino aquello que cantaba Bob Dylan: siempre tienes que servir a alguien. Seas quien seas, te llames como te llames, vivas en el cielo o en el infierno, tienes que servir a alguien. La cuestión es saber elegir al amo correcto. Y lo bueno es que la expansión tecnológica ha venido a facilitarnos este trabajo. Nunca en la historia un objeto ha terminado haciéndose imprescindible para los ciudadanos occidentales (ni la rueda, ni el automóvil, ni la palanca, ni la brújula, ni el frigorífico) a la velocidad del teléfono móvil. Ahora resulta que se debate sobre el derecho a apagarlo, pero la misma formulación de esta idea ya entraña una victoria para esos 50.000 ejecutivos que andan por Barcelona. De paso, igual cabe admitir que el móvil no nos ha hecho más libres ni mejor informados: únicamente nos ha metido todo el ruido en el bolsillo. Haciéndose, eso sí, muy necesario. Y teniéndonos bien localizados en todo momento.

Al capitalismo aniquilador le ha salido entonces bien la jugada de imitar a Dios. La banca siempre gana. Sobre todo si se lleva encima. Con la misma caverna para quienes se atrevan a incurrir en apostasía.

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