El desprecio

Sánchez ha introducido el desprecio en la política nacional. Es su signo distintivo. Es la marca de la casa

No sabemos muy bien cómo juzgará la Historia a Pedro Sánchez -si es que la Historia se digna acordarse de él-, pero si alguien se dedica en el futuro a estudiar sus años de gobierno, lo primero que detectará será una actitud, una mirada, una forma inconfundible de hablar, de caminar, de conducirse. Y esa actitud sólo puede definirse con un vocablo: el desprecio. ¿Hay algo que Sánchez no desprecie? ¿A quién no mira con desprecio? ¿A quién no escucha con desprecio? No conocemos cuáles son las ideas de Sánchez -aparte de su obsesión casi diabólica por permanecer en el poder-, pero lo que sí resulta indudable es que se comporta con absoluto desprecio hacia todo el mundo: sobre todo hacia la oposición, claro está, pero también hacia sus propios aliados, y hacia sus colaboradores, o incluso hacia sus más serviles perrillos falderos (quizá sea con los perrillos falderos con quienes más se manifiesta ese desprecio: Sánchez sabe que en cualquier momento, cuando ya no le sirvan, tendrá que desprenderse de ellos).

Este desprecio es nuevo en la política democrática reciente. Entre los líderes políticos del gobierno y la oposición de estos últimos cuarenta años ha habido indiferencia, antagonismo, aspereza, descortesía o incluso rencor -y hostilidad y rabia y encono-, pero lo que no ha habido jamás ha sido desprecio. El desprecio es nuevo. Es cierto que ese desprecio estaba ya en la mandíbula mussoliniana de Xabier Arzalluz cuando se refería con indisimulable desdén a los "españoles" -una raza de subhumanos que no tenía derecho a convivir con la pura raza vasca- y luego ese desprecio se extendió a los independentistas catalanes: desprecio a los que no hablan la lengua, desprecio a los que no les obedecen, desprecio a los que no comparten sus pueriles obsesiones identitarias. Pues bien, nuestro buen Sánchez ha introducido el desprecio en la política nacional. Es su signo distintivo. Es la marca de la casa. El otro día, durante la reforma de la ley del sólo sí es sí, lo dejó claro al negarse a estar presente en el Parlamento cuando el PP le prestaba los votos para ayudarle a salir del hoyo en el que él mismo se había metido. Desprecio, puro desprecio.

"Toda forma de desprecio, si interviene en política, prepara o instaura el fascismo". Eso escribió Camus en El hombre rebelde. Fue un profeta, Camus. Un profeta.

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