Roberto II El Piadoso fue rey de Francia a finales del siglo X sucediendo en el trono a su padre, Hugo Capeto, fundador de la dinastía Capeto, que gobernó el país durante casi un milenio hasta la Revolución Francesa. Roberto, en contra de lo que era costumbre y por voluntad de su padre (que era iletrado y no manejaba el latín) recibió una sólida formación más allá de las prácticas con las armas. Bajo la supervisión de Gerberto de Aurillac, uno de los hombres más cultos de la época y futuro Papa Silvestre II, Roberto estudió el Trívium (Gramática, Retorica y Dialéctica) y el Quadrivium (Aritmética, Geometría, Música y Astronomía).

Esta era la educación que recibían los religiosos, siendo contados los laicos que accedían al nivel de instrucción que tenía el joven Roberto. Tan excelente preparación le permitió ocuparse de cuestiones religiosas e incluso ser el principal inductor de sínodos y concilios. A pesar de sus desordenes conyugales (que le costaron la excomunión de manera temporal hasta que su preceptor obtuvo el cargo de sumo pontífice) su extraordinario celo por las ceremonias y las celebraciones eucarísticas le acercaban a la santidad, al punto de ganarse el apelativo de El Piadoso. En palabras de su biógrafo: “Vivía rodeado de pobres y hacia que doce de ellos le acompañaran por todas partes y para reemplazar a los que morían poseía una reserva considerable para que su número no disminuyera nunca”. El rey remedaba ritualmente una escena evangélica, distribuyendo el alimento sagrado en conmemoración de la cena y, cerca de él, los doce pobres eran meros figurantes. En realidad, Roberto utilizaba a los pobres para hacer méritos a los ojos de Dios, siéndole indiferente el destino de unas gentes que en aquella rígida sociedad estamental jamás podrían salir de la indigencia. A pesar del tiempo transcurrido, la relación entre cristianos y pobres es esencialmente la misma que tenía el rey Roberto. Así lo explicita el papa Francisco: “Se acerca el tiempo de Navidad y de las fiestas. Muchas veces las personas se preguntan que pueden comprar. Usemos otra palabra que puedo dar a los demás para ser como Jesús”. En cierto sentido los pobres sirven para “comprar” el perdón de Dios ya que “la limosna lava el pecado como el agua apaga el fuego”.

Como hacia El Piadoso con sus mendicantes, siempre hay pobres a los que dar de comer, ancianos a los que vestir o niños a los que apadrinar. Eso sí, la ventana temporal en que se manifiesta este espíritu caritativo es breve, solo alcanzan hasta el día de Reyes. Después los pobres y desvalidos se guardan en los altillos como las figuras del belén o los adornos del árbol de navidad. Cuánto más atinado (y sensato) fue, para los verdaderos creyentes, el mensaje navideño de otro Papa, Benedicto XVI: “Dios se ha hecho uno de nosotros para que podamos estar con Él”.

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