Un aviso desde Portugal

El caso portugués nos deja la sensación de que siempre queda un hueco para la estabilidad como valor imprescindible

Mientras por toda la piel de toro (o casi, que eso por desgracia ya se sabe que en esta España es imposible) saltábamos de alegría con el enésimo triunfo de nuestro Rafael Nadal, en Portugal, menos ruidosos, se celebraban elecciones generales poniendo fin a tres años de gobierno de coalición entre socialistas y comunistas, provocadas por la negativa de los últimos a aprobar los presupuestos presentados por los primeros. Seguro que les suenan estos antecedentes, tan parecidos, aparentemente, a los que venimos sufriendo aquí.

El resultado de los comicios ha sorprendido otorgando la mayoría absoluta, la segunda de su historia, al Partido Socialista, dejando en mala situación a sus antiguos socios de coalición, y apuntando un crecimiento notable aunque aún todavía menor de Chega, el equivalente de Vox en España. Los electores, así, han enviado un doble mensaje que no ha pasado desapercibido: una apuesta clara por la estabilidad, decantándose por una opción de referencia antes de repetir extravagantes aventuras de futuro incierto; y una nueva prueba de que, en escenarios de coalición, el grande suele merendarse al pequeño.

Por desgracia para el Partido Socialista español, ni Portugal es España, ni Antonio Costa es Pedro Sánchez. Costa es un político de amplia trayectoria, ex alcalde de Lisboa, con un perfil moderado que casa bien con un amplio sector de la población que demanda, sobre todo, estabilidad. En Portugal, además, no existe el problema del nacionalismo, que aquí sin embargo tanto condiciona las políticas del Gobierno, al punto de echar por tierra toda una reforma laboral tras meses de arduas negociaciones con una elogiable capacidad de acercamiento con empresarios y sindicatos.

Al final, el caso portugués nos deja la sensación de que, pese a la aparente polarización de la sociedad y sus principales agentes, siempre queda un hueco para la estabilidad como valor imprescindible en el sistema democrático. Aquel Ciudadanos de Albert Rivera, llamado a ser su primer garante, no lo vio y ya hace tiempo que ha dejado de ver alguna luz en su particular túnel; y el PSOE tiene imposible alcanzarla con los compañeros de viaje que él mismo escogió. El tan criticado PP, curiosamente, es el que más cerca la tiene, y hacia ella parecen orientarse sus últimas estrategias. De que los electores así lo perciban depende mucho su probable éxito en este año electoral que se nos viene encima.

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