La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Veinte miradas sobre el Niño Jesús

Oír esta obra de Messiaen nos recuerda qué celebramos y qué no debemos dejar que sea trivializado

E L 26 de marzo de 1945, en la Salle Gaveau de París, Olivier Messiaen estrenó Veinte miradas sobre el Niño Jesús, una de las cumbres pianísticas del siglo XX. No eran tiempos fáciles. Hacía ocho meses que París había sido liberado, faltaban dos para que terminara la guerra en Europa y cinco para que lo hiciera en el Pacífico. El compositor había sido hecho prisionero en 1940 y recluido en el Stalag VIII-A donde, sobreponiéndose a tan penosas circunstancias, compuso su “Cuarteto para el fin de los tiempos” que estrenó ante los otros presos y los guardias el 15 de enero de 1941. A finales de ese año fue liberado y volvió a París, donde compuso “Veinte miradas sobre el Niño Jesús” en 1944.

Para el programa del estreno el compositor escribió unas notas sobre la intención de obra: “Contemplación del Niño Dios y de las miradas que se posan sobre él. Desde la Mirada indecible de Dios Padre hasta la Mirada múltiple de la Iglesia de amor, pasando por la Mirada sin comparación del Espíritu de alegría, la Mirada tan tierna de la Virgen y después las de los Ángeles, los Magos, el Tiempo, las Alturas, el Silencio y la Cruz”. En un ciclo a la vez histórico e intemporal, la obra contempla una eterna adoración del Niño desde la Anunciación y el nacimiento al Calvario y la Resurrección hasta el fin de los tiempos.

También comentó cada una de las veinte miradas. Para la undécima, “La primera comunión de la Virgen”, escribió: “Tras la Anunciación, María adora a Jesús en ella… ¡Mi Dios, mi hijo, mi Magnificat! Mi amor sin ruido de palabras…”. Propone el compositor que el primer instante de la concepción de Jesús en el seno de María fue la primera comunión de la Virgen y, con ella, de toda la Humanidad años antes de la institución de la Eucaristía en la Última Cena.

Le debo a Messiaen la más hermosa idea que conozca sobre la comunión. La mano de cada comulgante, al recibir el cuerpo de Cristo, una cuna de Belén. Y cada comunión, la repetición no simbólica, sino real, de aquella primera comunión de la Virgen tras la Anunciación, cuando recibió a Jesús en su cuerpo. Se unen así en esta obra el portal, el cenáculo y la comunión de los fieles. Y el pesebre y la cruz: la séptima mirada sobre el niño Jesús es la de la cruz, sobre la que escribe: “La cruz le dijo: serás sacerdote en mis brazos”. Dicho en sevillano es lo que la cruz del Gran Poder dice al Niño que estos días está a sus pies.

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