Kioscos en desaparición

En algunos casos, encontrar un puesto de revistas a varios cientos de metros es simplemente tarea imposible

Los que todavía no hemos perdido el saludable hábito de adquirir la prensa en papel (el periódico, o sea) para leerlo a primera hora en nuestra cafetería de guardia, parece que somos los únicos en advertir, y lamentar, la pérdida de esos pequeños puntos de venta que son los kioscos de prensa. Tan modestos en su digna pequeñez de apenas una covachuela con sus tenderetes verdes, tan ordenados en sus hileras de cabeceras colocadas con mimo, tan pulcros en el trato educado y cordial con su cada vez más menguada (y avejentada, ay) clientela fija, tan integrados en el paisaje urbano de la ciudad.

Hubo un tiempo, bastante más transgresor que el de ahora por mucho que algunos se empeñen, en que incluso en su parte posterior, lucían protegidas por un cristal siempre sucio aquellas revistas eróticas que colorearon la Transición y que siempre eran las mismas, porque no las compraba nadie, salvo algún avezado compañero del colegio. Después, su catálogo de productos fue variando hacia las más variadas mercaderías: coleccionables, librería de ocasión, bonobuses, atracciones turísticas de todo tipo y chucherías, todas las del mundo, que al parecer dejan un margen que ya quisiera el más buitre de todos los fondos buitres.

Hoy el kiosco de prensa, tal y como lo hemos conocido, es un comercio en vías de extinción. Basta darse una vuelta por un barrio cualquiera de la ciudad, da igual su nivel socio-económico. En algunos casos, encontrar un puesto de revistas a varios cientos de metros es simplemente tarea imposible. Hasta las estaciones de servicio, esos últimos refugios de los lectores con mono de periódico, han tirado la toalla, porque no les sale la cuenta. El descenso vertiginoso de la prensa en papel devorada por el monstruo de internet (o mejor, del Smartphone) y el relevo generacional de los propietarios de estos negocios, ha llevado al cierre de muchos de ellos, algunos muy emblemáticos.

Aquí todo el mundo no para de lamentar, yo el primero, el cierre de las librerías y la retirada de hosteleros con solera. “Que no te cierren el bar de la esquina”, cantaba Joaquín Sabina el otro día. Nadie parece acordarse, sin embargo, de estos comercios tan tradicionales como el que más, que más pronto que tarde pasarán a formar parte de nuestra memoria colectiva. Y que echaremos de menos, y tanto, cuando ya no nos sepa igual, como si huérfano quedara, el primer café de la mañana.

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