Esto es lo que hay

Nos equivocamos casi todos en las previsiones de los resultados del pasado domingo

Habría remontarse muy atrás para dar con las primeras reflexiones sobre la pérdida de vigor de las ideologías y sobre, a lo que ese quebranto no es del todo ajeno: la invertebración de España. Convendría señalar, no obstante, La decadencia de Occidente, de Oswald Spengler; un ensayo publicado en los primeros años veinte del pasado siglo, enfatizando en su concepción determinística del ser y del estar. Para Spengler, las cosas pasan nos pongamos como nos pongamos. Nada, empero, más ajustado al ser y estar de los españoles que La España invertebrada, de Ortega y Gasset, cuya extensa obra es bastante más legible de lo que pudiera pensar el lector de a pie, sobre todo el común de los trabajos recogidos en El Espectador. El ensayo de Ortega es contemporáneo del de Spengler. El pesimismo, consecuente a las pérdidas de las provincias de más allá de los mares, sobre todo de Puerto Rico, Cuba y Filipinas, que tanto influyó en la Generación del 98, aún permanecía latente en el primer tercio del siglo XX, en una sociedad localista en la que la desvalorización de los mejores constituye uno de sus males endémicos.

En un artículo publicado el día 17 de noviembre de 1976, Francisco Ayala escribía (El ocaso de las ideologías) que “bajo las particulares condiciones políticas de cada país actúan otros condicionamientos histórico-sociales más amplios, que homologan a los coetáneos nacidos dentro de un cierto ámbito cultural”. La reacción descentralizadora que la clase política imprimió a la España de la Transición, supuso una revisión de la historia; un brote de adanismo, en fin. Se recuperaban las ínfulas forales y se dotaba, en algunos casos caprichosamente, a las regiones de unas capacidades que abundaban en la atomización del Estado y, con ello, en un punto de no retorno hacia su descomposición. Legislar en materia educativa, subordinando el conocimiento a intereses perversos, y situar un idioma universal, común a todos los españoles, a la altura de hablas, dialectos o residuos lingüísticos a medio hacer han sido dos golpes mortales de necesidad, al curso de la historia, de los que jamás nos recuperaremos. Nos equivocamos casi todos en las previsiones de los resultados del domingo. No advertimos que la España en la que pensamos ya no existe. Que ésta es otra España, reinventada, con la que la mitad de los españoles no se identifican y la otra mitad ha perdido de vista lo ocurrido hasta ahora.

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