Estaba a punto de ayudar a mi hijo, que por segunda vez vestía su túnica nazarena, a ponerse su escapulario azul cuando recibí ese mensaje…era de Juan Carlos…no podía dejarlo pasar. Sabía que él también estaba inmerso en el mismo ritual que yo aunque el color variaba, mi azul, era su rojo. Una hermosa foto de quien imagino eran su esposa y su hijo llenó la pantalla, ella levemente agachada con su hábito nazareno, o quizás él mismo, anudaba el capirote de su hijo. Y la pregunta: "¿Se puede describir con palabras?" Mi escueta respuesta: "No". Y le envié una foto en la que yo anudaba el cíngulo azul y blanco de mi hijo. Y añadí: "distintos colores…mismos sentimientos".

Así comenzaba un nuevo Domingo de Ramos que desgraciadamente acabó para los dos de igual manera, con prisas y agua.

No, no se puede describir con palabras. Pero sí con hechos. Ser cofrade es levantarse y mirar el cielo apenas abiertos los ojos, ser cofrade es tener un pellizco en el alma que sólo se afloja cuando escuchas sonar el martillo. Ser cofrade es compartir miradas cómplices con aquellos que sabes que están sintiendo lo mismo que tú. Ser cofrade es buscar su perfil todos los días del año, porque este sentimiento es demasiado grande para encerrarlo en sólo siete días, porque el Titular de mi hermandad, es el Titular de mi Fe. Ser cofrade es disfrutar de una forma maravillosa de ver el mundo, de ver la vida. Ir siempre de frente cuando lo que queremos es arriar porque la vida pesa mucho.

Ser cofrade es ser hermano, del que viste tus colores, del que viste otro color e incluso del que desprecia esos colores que tú tanto amas.

¿Se puede describir con palabras? Quizás, después de todo sí que haya palabras para describir todo esto, lo que ocurre es que para cada uno resuena de forma distinta en su interior, la mía esa palabra que hace que se olvide todo y se recuerde todo a la vez tiene solo nueve letras: Estrella.

Y dime hermano: "¿Cuál es la tuya?"