Los guionistas de Cuéntame nos van a macerar los corazones en drama durante estas siete semanas que les resta a la familia Alcántara en antena. Es lógico, por lo sentimental y por los recursos de una serie que ha formado parte de la vida cotidiana de los españoles. Hemos visto crecer a los niños y a los jóvenes y sus protagonistas adultos han envejecido con nosotros. La labor de María Galiana ha sido asombrosa, compartiendo maratonianas jornadas con el equipo pese a superar con creces los 80 años. Siempre ha sido una mujer currelante, una andaluza ejemplar que se convirtió en la ficticia abuela de todos. Cualquier cosa que le pase a Herminia lo lamentamos como si le pasara a la propia María Galiana. Y por esa brecha de la memoria y el afecto han entrado los creadores de la serie para agarrotarnos las entretelas.

Además de ese primer golpe de efecto cualquier flash back nos va a helar los ventrículos a partir de unos siete capítulos que van a ir despidiendo a los personajes con la aceleración de los años. Es casi una humorada que Toni Alcántara se ponga al servicio de Miguel Ángel Rodríguez para llevar la comunicación del presidente en ciernes, José María Aznar. MAR, el hombre que ahora mece la cuna de Ayuso, es en la serie J.R., como el de Dallas. Los guionistas de Ganga tienen guasa.

Por las lágrimas vamos a estar servidos. Cuéntame se excedía ya en el melodrama en las últimas temporadas, en un manierismo exagerado. Las mejores temporadas de San Genaro fueron aquellas donde el costumbrismo se mezclaba con la crónica histórica y la lucha de clases. Y los mejores capítulos que recordamos tenían mucho de Berlanga. E incluso de Buñuel.

A poco que tengan de esmero en el final, en los finales, de Cuéntame no van a defraudar. El público se va a asomar a la despedida de esta familia albaceteña que durante dos decenios ha estado en todos los líos y que nos ha representado como si nosotros hubiéramos estado ahí, en la Historia. Es improbable que todo esto acabe mal.