"En todas partes es, sin duda, desgracia, y muy grande, la de nacer con un grado más de talento que el común de los mortales; pero en España ha sido hasta ahora uno de los mayores infortunios que pueda contraer el hombre al nacer. A la verdad, si yo fuese casado y mi mujer se hallase próxima a dar sucesión a mi casa, la diría con frecuencia: desea con mucha vehemencia tener un hijo tonto y verás qué vejez tan descansada y honorífica nos da. Heredará a todos sus abuelos y tíos, y tendrá robusta salud. Hará boda ventajosa y una fortuna brillante. Será reverenciado en el pueblo y favorecido de los poderosos y moriremos llenos de conveniencias. ¡Pero si el hijo que tienes en tus entrañas saliese con talento, cuánta pesadumbre ha de prepararnos! Me estremezco al pensarlo y me guardaré muy bien de decírtelo por miedo de hacerte malparir del susto. Sea cual sea el fruto de nuestro matrimonio, yo te aseguro, a fe de buen padre de familia, que no le he de enseñar ni a leer ni a escribir, ni ha de tratar con más gente que el lacayo de casa".

Este curioso texto del siglo XVIII pertenece a las Cartas marruecas de José Cadalso, militar y escritor gaditano que murió en el sitio de Gibraltar y cuya sepultura se encuentra en la Iglesia Santa María la Coronada de San Roque. Sin duda, la tesis defendida por el olvidado literato español de que, en este país, deviene en gran calamidad el hecho de ser persona talentosa, se antoja, más válida ahora que cuando fue enunciada. Tan vigente están sus ideas que nuestros propios gobernantes, espantados ante la perspectiva de un pueblo ilustrado, han convertido en superflua la dieciochesca angustia paterna de que los hijos adquiriesen erudición en las escuelas.

Ahora no existe tal peligro al haber convertidos los colegios en pseudo guarderías que devuelven muchachos tan analfabetos como los niños que se les entregan. Por otra parte, basta con observar lo que hacen y dicen los personajes públicos para comprobar la clarividencia de Cadalso respecto al exitoso camino de los tontos. Quizá sea en el mundo de los políticos donde es más reconocible el encumbramiento de la memez ya que al estar dándose constante noticia de sus actuaciones, su estulticia -antes sólo conocida por familiares y allegados- pasa a ser de dominio público.

Dejo al criterio del lector el poner nombre a los numerosos miembros de la casta política a los que la naturaleza concedió el don de la estupidez, un peculiar atributo que, a todas luces les ha facilitado sobremanera la ascensión en la pirámide del poder. Estoy seguro que hoy Cadalso no dudaría en recomendar al necio que hiciese carrera política. Sin necesidad de mérito ni talento, sólo estando en posesión de una actitud servil y una cierta laxitud moral… ¡le vaticinaría un futuro esplendoroso!

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