Tribuna

Alfonso Martínez Foronda

Profesor de Historia e investigador

De la memoria de Jimena de la Frontera

El franquismo levantó una losa de silencio sobre los vencidos, los sepultó no sólo en cunetas, sino también en el olvido

La Plaza de la Constitución de Jimena y, sobre el cerro, el castillo.

La Plaza de la Constitución de Jimena y, sobre el cerro, el castillo. / Jorge del Águila

Si nos quitan la memoria, ¿qué nos queda? La memoria es una red, más o menos tupida, que pule nuestros sentidos a través el tiempo que nos ha tocado vivir. Somos el fruto de nuestras decisiones entre las circunstancias que nos han condicionado. El recuerdo no es solo una vuelta al pasado, sino un presente que se hace vivo cada vez que volvemos a un tiempo vivido intensamente.

Eso es lo que me ocurre cada vez que vuelvo a Jimena de la Frontera, donde tuve el privilegio de aterrizar recién sacadas las oposiciones de Secundaria allá por el año de 1984. Era joven, muy joven, y con los poros abiertos para recorrer una nueva geografía, un nuevo paisaje y paisanaje. Cada vez que diviso su silueta de barco varado en el cielo azul gaditano, bien entrando por la carretera de Ronda o por la de San Martín del Tesorillo, indefectiblemente, me retrotrae a aquellos tiempos en que un grupo de jóvenes profesores y profesoras quisimos sembrar en el alumnado una enseñanza democrática, laica y libre como herederos de los viejos maestros y maestras de la II República que confiaron en el poder transformador de la enseñanza.

Pero la imagen que yo me fui fabricando de Jimena cambió radicalmente en 2017 cuando conocí a Juan Ignacio Trillo Huertas con ocasión de mi investigación sobre la lucha antifranquista en Málaga y, allí, supe, que era oriundo de Jimena. Entonces pude comprobar en mis carnes que el franquismo levantó una losa de silencio sobre los vencidos, los sepultó no sólo en cunetas, sino también en el olvido. Desde entonces la labor de Trillo, levantando a pulso excelentes biografías de muchos personajes locales en la historia de su pueblo natal, en una labor de investigación encomiable –por impagable-, me llevaba a la reflexión de Milan Kundera, que la cultura es el imaginario de un pueblo, la conciencia colectiva de su continuidad.

El poeta Diego Bautista, en su juventud. El poeta Diego Bautista, en su juventud.

El poeta Diego Bautista, en su juventud.

Y es que ese encuentro feliz con Trillo traslucía mi profunda ignorancia sobre su historia, sobre su trágica historia. ¿Cómo pude estar casi dos lustros sin saber nada de quienes sufrieron los rigores del golpe de estado de 1936 y de la larga noche de la dictadura, más teniendo ante mis narices a sus descendientes? Y más de quien, como yo, lleva media vida ocupado en rescatar la memoria de los vencidos. Los trabajos de otros investigadores como José Regueira, José Manuel Algarbani. Luis García Bravo o Martín Bueno Lozano, o el trabajo que realiza Andrés Rebolledo alimentando la maravillosa Casa de la Memoria de Jimena, han transformado mi percepción sobre el pueblo del que me enamoré en mi juventud. Y, por ellos, he sabido de personajes relacionados con Jimena como el magnífico poeta Leopoldo de Luis, de decenas de fusilados y encarcelados, de exiliados, de maestros y maestras depurados, de sanitarios perseguidos, de las vidas truncadas de sus familias que llevaron el silencio –que la dictadura inoculó en la médula espinar de sus descendientes- hasta borrarlos de la memoria colectiva.

A estos investigadores les debo una nueva mirada de Jimena porque, al no renunciar a la memoria de los derrotados y perseguidos, supone una victoria contra el olvido, en la medida que las remembranzas sobre las vidas de los perseguidos no son una negociación natural con el pasado, sino que nos permiten conocer mejor el presente.

Hace unos días volví a Jimena para presentar el magnífico libro de Trillo, El poeta Diego Bautista Prieto en la historia campogibraltareña del siglo XX, que he tenido la fortuna de prologar, y me he reencontrado con antiguos alumnos y alumnas, muchos de ellos nietos y nietas de represaliados. No son los mismos que yo conocí, no tanto por el paso del tiempo –ese que oxida indefectiblemente la epidermis-, sino porque por primera vez en sus rostros y en su voz, se reencarnaron sus ancestros, aquellos que lucharon –y por eso fueron represaliados- por los mismos valores de igualdad y justicia social por los que yo siempre he luchado. Ahora, que conozco mejor su historia, que pongo voz y rostros a sus progenitores, puedo asegurar que una de las virtualidades de la memoria es darle vida y levantar la dignidad de los ausentes.

Gracias Trillo, por haber vuelto a levantar el telón para mostrar con tu obra cuanto se desarrolló en aquel escenario de horror y de terror, para mostrarnos, con desnudez, la realidad de aquel tiempo rastrero que fue, de lo que estuvo prohibido hablar y hasta derramar una lágrima, solo aparecer de luto, como señal de escarmiento, y callar para sobrevivir y para no transmitir de cara a proteger a los herederos de cada cual.

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