No seré yo quien rechace las manifestaciones pacíficas que intentan mostrar la oposición de una buena parte de españoles a los muchos disparates que, en la frontera misma de la lógica, de la cordura y de la constitucionalidad, está asumiendo Sánchez para conservar el poder. Vivimos tiempos apasionados y no es fácil acallar indignación y frustraciones. Pero, más allá de dejar constancia de la reprobación, no acabo de verles una utilidad posterior.

En democracia, cuando se pierden unas elecciones (y no gobernar es perder), la responsabilidad básica del perdedor es reflexionar sobre las causas de su derrota y, en consecuencia, esforzarse de inmediato en corregirlas. Todavía más si el ganador emprende un programa muy peligroso, capaz de debilitar aún más a una España decadente y empobrecida y, no lo descarten, hasta de acabar con el propio régimen democrático.

Hay quien se asombra de que, enseñadas ya todas las cartas del sanchismo, las encuestas poselectorales no difieran demasiado del resultado mismo de las elecciones. El filósofo y analista político José Luis González Quirós lo explica con acierto. Todo lo que Sánchez está pudiendo hacer, señala, se basa en la convicción de muchísimas personas de que la Transición fue un camelo, en la idea de que la derecha no puede triunfar porque ese sería el fin de la democracia y en otras mentiras semejantes. En su asentamiento viene trabajando el socialismo desde Zapatero, la izquierda radical y, junto a ellos, todos los separatismos. No será con gritos como se convenza a esta extensa tropa de abducidos que, además y frente a estos, identificarán siempre la voz del fascismo.

No se trata, pues, sólo de salir a la calle y repetir eslóganes. Lo primero y principal es cambiar las políticas que no han dado el resultado esperado y alejan de esa mayoría que España necesita para volver a ser una nación plural, calmada y próspera. Hay que actuar con determinación e inteligencia, sin reproducir torpemente modos y métodos de la izquierda. Urge trabajar por la unión de las derechas (en su ruptura está el origen del desastre) y, conseguida, construir un proyecto de país moderno, atrayente, libre, respetuoso de las leyes y socialmente comprometido.

Manifestarse está bien, expresa el sentir y libera endorfinas. Pero no basta. Se necesitan inteligencia, paciencia y verdadero patriotismo para combatir las tropelías de un Sánchez que está a medio paso de perder el oremus.

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