Paraíso

Ahora es muy fácil saberlo, pero ¿quién podía adivinar lo que iba a ocurrir antes de que se cerraran los colegios electorales

Todo es muy extraño. El otro día iba caminando entre los eucaliptos que bordean una carretera, y en esto pasaron dos ciclistas que pedaleaban en fila de dos. Justo cuando pasaban cerca, uno le dijo al otro: “Ya estábamos a punto de separarnos, pero entonces la perdoné”. Eso fue todo lo que llegué a oír. Los ciclistas desaparecieron por la carretera y yo me quedé con una historia completa –casi una novela– que me había sido ofrecida al azar por dos ciclistas. ¿Qué habría pasado entre aquel ciclista y su mujer? ¿Por qué habían decidido separarse? ¿Y por qué, en el último minuto, el ciclista decidió perdonar a su mujer, si es que se trataba de su mujer? Y yendo más allá, ¿qué entendía aquel ciclista por perdonar? ¿Y qué había hecho aquella mujer que mereciera ser perdonado? Todo eran incógnitas. Pero son estas incógnitas las que inspiran una novela entera.

Me he acordado de aquellos dos ciclistas en estos días en que todo el mundo parece conocer muy bien las razones por las que el PP no alcanzó una mayoría para gobernar en las elecciones del pasado domingo. Sí, vale, ahora es muy fácil saberlo, pero ¿quién podía adivinar lo que iba a ocurrir antes de que se cerraran los colegios electorales? Modestamente, soy una de las pocas personas que intuyó que Pedro Sánchez podía ganar las elecciones –lo escribí en una de estas columnas, Ridículo, el 28 de junio–, pero la verdad es que el domingo pasado estaba convencido de que al final ganaría el PP. Y como todos sabemos, no fue así. La vida tiene estas cosas.

Anna Ajmátova, a la que sus amigos llamaban Casandra porque creían que tenía el don de adivinar el futuro, leyó en algún sitio la historia de una mujer que le pidió a Dios que le mostrara el Paraíso aunque sólo fuera por un segundo. Un día, un ángel visitó a la mujer y le ordenó cerrar los ojos para que él pudiera concederle su deseo. Cuando la mujer volvió a abrirlos y miró a su alrededor, exclamó decepcionada: “Pero si esto es lo que veo todos los días”. El ángel, por supuesto, ya había desaparecido. Pero podemos entender el mensaje de esta historia: la mujer había visto el paraíso porque lo tenía delante de sus narices. Y así es: ese es nuestro único paraíso. Lo digo mientras levanto una cerveza fría y miro el azul cobalto del mar, pensando en la historia de aquel ciclista que se inclinó por el perdón en vez del rencor o la venganza o la ira.

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