La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Negacionistas y afirmacionistas

Es cierto que en este siglo XXI se baten los récords de calor, pero también que se sobreinforma y exagera

Frente al negacionismo climático está el afirmacionismo. El primero se sirve de las redes y de extravagantes partidos marginales (que por desgracia pueden ser votados hasta desbordar esos márgenes) para negar lo que el consenso científico va estableciendo sobre el calentamiento global e incluso lo que en nuestra experiencia cotidiana podemos observar. El segundo se sirve de los medios de comunicación serios para afirmar con una rotundidad que incurre en la reiteración y la exageración, no solo el cambio climático y el calentamiento global, sino lo que podríamos llamar el calentamiento local.

Los negacionistas sostienen que lo que está pasando ha pasado siempre y que el alarmismo climatológico es resultado de una conspiración orquestada por oscuros intereses económicos y grupos liberal-progresistas. Los afirmacionistas sostienen que lo que está pasando no ha pasado nunca porque es resultado de la alteración humana de la naturaleza, hacen caso de los datos que la ciencia va aportando y se toman muy en serio los peligros ya constatables sobre los que esta advierte, lo que está muy bien, pero incurren en exageraciones. Según la Aemet, en Cáceres se alcanzaron los 44,3 grados en agosto de 1936, en Jaén los 46º en julio de 1939 y en Sevilla los 46,6º en julio de 1995. Lo que no obsta para que en el siglo XXI estas excepciones se hayan normalizado y el año 2022 haya sido el más cálido de la historia de España desde que existen registros.

Está claro que todos los récords de temperatura corresponden al siglo XXI, que nueve de los diez veranos más cálidos desde 1965 son posteriores al 2000 y que de ellos cinco se han dado en la última década. Pero también que hay una sobreinformación exagerada sobre el calor, sus efectos y lo que hay que hacer para defenderse de él. Calor a lo bestia ha hecho siempre. Nuestros abuelos, nuestros padres y algunos de nosotros lo hemos padecido sin aire acondicionado en casas, comercios, bares, cines y medios de transporte. Sin la generalización del veraneo ni de la ducha: las casas, no todas, que tenían cuarto de baño solo contaban con bañera. Torturados además por ropas menos ligeras y normas de vestimenta más estrictas. En la posguerra un guardia municipal le llamó la atención a mi asfixiado padre por llevar la chaqueta al brazo. Y sobrevivimos sin que los periódicos y las radios tocaban diariamente, como ahora, alerta de calor.

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