La Dama Cadete Bombón

Eso de que sólo es válido lo que se genera a través de un proceso democrático carece de sentido

En estos tiempos de blanqueo de lo que dificulte el mantenimiento del poder, la razón es un atributo menor. Pero, la actualidad nos trae a la joven princesa; la “Dama Cadete Bombón”, como la llaman sus compañeros. El significado del juramento de lealtad a la Constitución, de la heredera del trono es un acto que daría de sí para un tratado de filosofía política. Supone la sumisión de la futura reina a la voluntad popular y el respeto sin paliativos a las leyes que ordenan la convivencia en un “Estado social y democrático de Derecho”. Juramento que tiene lugar hoy, en un ambiente irrespetuoso con los valores e instituciones derivadas de lo preceptuado en esa ley de leyes.

El PSOE no tiene una historia que dé de sí como para tirar cohetes, pero de lo que se trata ahora es de poner de manifiesto la degradación a la que está llegando, seducido por una partida de oscuros personajes, que está dejando al Estado sin defensas. Nada más entrar en el articulado de la Constitución se dice que “la soberanía nacional reside en el pueblo español”, mientras los oligarcas planean cuartearla. Hete aquí que el proceso se adorna con la fotoshow del chalaneo y se hace coincidir con la jura de la princesa.

También se dice enseguida en la Constitución que “la forma política del Estado español es la Monarquía parlamentaria”. De modo que es inconstitucional cualquier actitud o comportamiento contra esa “forma política del Estado” y debiera practicarse el eficaz deporte legal de suspensión de empleo y sueldo a cualquier personaje público que se pronuncie contra ello. ¡Ay si se tocara el sueldo! ¡Cuántos beneficios se extraerían y cuántas cuitas se despejarían! Por supuesto que la “forma política” es discutible, pero para cambiarla hay que cambiar la Constitución.

La Monarquía constitucional no se diferencia de la República más que en la existencia de un poder institucional independiente de los partidos, generado de forma automática y enraizado en la historia. El supuesto de que sólo es válido lo que se genera a través de un proceso democrático, no tiene sentido. Más bien al contrario, lo más delicado debe atenerse a la tradición y ordenarse, si es posible, según la jerarquía de saberes ajustada a las exigencias de la tarea. El monarca constitucional está revestido de la autoridad que le da no estar sometido a intereses partidistas ni a pareceres, y es bastante fácil percibir las limitaciones que tiene el estarlo.

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