Comprometidos

Algunos intelectuales han firmado un manifiesto, para crear un nuevo partido político, llamado Tercera España

En estos momentos, voces y voluntades buscan nuevos asideros políticos a los que atarse para actuar: permanecer pasivas no les parece adecuado, ni tampoco confían que integrarse en uno de los partidos existentes sea eficaz. Dentro de esas voces abrumadas figuran algunos representantes de esa antigua especie, ya en extinción, que fueron conocidos como intelectuales. En España, gente de este tipo, por fortuna no extinguidos del todo, han mantenido desde sus respectivos medios una actitud crítica contra las concesiones, hechas desde la Moncloa, a los partidos separatistas catalanes y vascos. Concesiones cuyos motivos no habían sido expuestos claramente ni discutidos en público. Puede que en muchos de estos intelectuales exista una aversión contra esa clase de nacionalismos y, como consecuencia, contra los pactos que subrepticiamente desde el gobierno se han establecido con ellos. Y las razones de esta aversión pueden encontrarse no solo en sus ideas, también en sus biografías, algunas dolorosamente trastocadas por esos mismos que, con estos pactos, son blanqueados por el gobierno de España.

En estos días, algunos de esos intelectuales han dado un paso, con la firma de un manifiesto, para crear un nuevo partido político, llamado Tercera España. Lo cual ha provocado variadas reacciones. Entre las negativas figura una, escrita en este mismo periódico, por mi compañero de página y muy querido amigo, Víctor J. Vázquez. En ella, se queja, con aparente razón, de que los promotores de la propuesta se preocupan de cuestiones territoriales y obvian aludir, en sus reivindicaciones, a otras injusticias palpables en España. Pero el profesor Vázquez debe comprender que estas movilizaciones espontáneas, surgidas desde abajo, suelen ser endebles al empezar. Tienen un resorte básico de irritación que las dispara, sin que ello excluya otras preocupaciones que no caben en un primer llamamiento. Un ejemplo: cuando Zola publica su célebre “Yo acuso”, no solo le irrita el caso concreto del militar judío Dreyfus. Este caso fue desbordamiento que lo impulsó a escribir. Una gota provoca que el vaso rebose, pero debajo hay otras que lo han colmado. Que en una nación con tantos intelectuales distantes, pasivos, refugiados, en sus clases y artículos, solo unos cuantos, muy pocos, –comprometidos y preocupados ante un peligro real– se atrevan a realizar una propuesta de movilización política, esbozada de urgencia, en apenas tres páginas, quizás debería ser acogida, desde el lado de los demócratas, con menos exigencias y más hospitalidad ideológica.

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