Una de las facultades esenciales del ser humano es su capacidad para comunicarse. Hasta fechas recientes esa capacidad podía ejercitarse de dos formas: de uno a uno (el habla, el teléfono, la correspondencia) o de uno a todos (libro, radio, televisión). La irrupción de una nueva gama de tecnologías, asociadas a internet, ha propiciado la aparición de una tercera categoría de comunicación humana, de todos a todos, organizada en una compleja forma de red. Eso, que obviamente tiene sus ventajas, también tiene graves inconvenientes. Junto a algunos (pocos) mensajes racionales y razonables conviven miles, millones de falsedades, de tonterías, de groserías y, permítanme la expresión, de gilipolleces. El fenómeno de las fake news da cumplida cuenta del verdadero alcance del problema. Al observar tan gigantesca montaña de mierda y reflexionar sobre cómo actuar frente a ella, el blogger italiano Uriel Fanelli (2010 y 2014) y el programador, también italiano, Alberto Brandolini (2013) enunciaron un principio similar que hoy se conoce como Ley de Brandolini. Dice esta: “El total de energía necesaria para refutar tonterías es de una magnitud mayor que la exigida para producirlas”. Por ejemplo, la difusión de una teoría conspirativa vuela en las redes. Por el contrario, rebatirla exige un esfuerzo titánico y casi nunca exitoso.

El neurólogo francés Laurent Vercueil considera que la Ley de Brandolini se explica por tres factores: porque la estupidez tiene más impacto que su respuesta (asimetría del impacto); porque deja en la memoria una huella más profunda (asimetría de la retención en la memoria); y porque quien defiende el discurso engañoso está ungido con un aura ventajosa, mientras el que trata de razonar con lógica es visto como un aguafiestas que se ha dejado convencer por el discurso oficial (asimetría de la unción). Esta diferencia de energía y de medios efectivos desemboca en la realidad actual: un entorno en el que la desinformación se propaga rápidamente, aquellos que tratan de combatirla se encuentran con trabajosos obstáculos y el guirigay reina apenas sin trabas. No es fácil ahora ejercer con éxito notable la reflexión y el pensamiento crítico, Todas las gallinas cacarean a la vez y las más insensatas imponen su grito. Quizá la clave esté en la respuesta que un reputado yogui dio a la pregunta de cuál es el secreto para ser feliz: “No discutir con idiotas”, dijo con milenaria sabiduría.

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