CAMPO CHICO

Sastres, tiendas y estudios técnicos

  • El panorama que presentaban las escuelas técnicas en el sistema educativo estaba espléndidamente ordenado

  • Durante el régimen anterior, los estudios técnicos se complementaron con las Universidades Laborales

  • Sastres y santos

La calle Prim de Algeciras hacia 1920.

La calle Prim de Algeciras hacia 1920.

El listo para llevar, que eso y no otra cosa significa la expresión francesa prêt-à-porter, revolucionó el vestir a mediados del siglo pasado. Hasta entonces, en lo que respecta a la indumentaria masculina, inevitablemente se remataba en el traje a medida cuando la economía daba para ello. Ello suponía la vigencia activa del buen oficio del corte y confección.

Las tiendas de tejidos eran en Algeciras, lugares de encuentro, y los sastres personajes principales en la escena de lo cotidiano. Bastri, la boutique de Trinidad Sarmiento y Pepe Bas, que fue una adelantada de la revolución que se irradiaba desde el París de la posguerra, supuso en Algeciras y, por extensión, en el Campo de Gibraltar, una referencia del cambio. A Pierre (Pietro Constante) Cardin se le suele atribuir la revolución del prêt-à-porter. Era italiano, de la provincia de Véneto y anduvo tratando, allá por 1945, de situarse entre los grandes. Trabajó con Christian Dior y no consiguió hacerlo con el español Cristóbal Balenciaga, lo que quizás fuera una bendición para quien a partir de ahí, despegó hasta convertirse en uno de los grandes promotores de marca de todos los tiempos.

Las sagas de sastres y de comerciantes de tejidos empezaron a quebrarse. Don Miguel, el de La Africana, no tuvo hijos y le sucedió por un tiempo su homónimo sobrino, que mantuvo, con cambios, la actividad algunos años más. Medina era un negocio familiar, de los más importantes de su género en Algeciras; gente elegante, de bien y de buen saber. Una de sus descendientes, Petra, regentó una administración de loterías de su familia, a la entrada de la calle Convento, precisamente en el bloque donde estuvo tantos años la tienda de su padre y tíos, y su hermano Pedro es titular de una de las empresas de auditoría más importantes de Andalucía occidental, técnica de inspección contable en la que es pionero en estos pagos. Julio Alonso tenía su taller de sastrería en la calle Real, junto al número seis, un patio en el que vivían unas pocas familias y, entre ellas, el abogado Leocadio Pérez de Vargas Quirós y el torero trianero Antonio Arias que además de vestirse de luces para participar en alguna cuadrilla que lo requiriera, tenía un puesto de frutas en la Plaza.

La Africana, en 1954. La Africana, en 1954.

La Africana, en 1954.

Julio Alonso y su esposa, Araceli (¿?), no tuvieron hijos. Su taller de sastrería, como casi todos –el de José Romero, en los altos de una casa señorial de General Castaños, que hacia esquina con el callejón del Ritz, era una excepción–, disponía de un pequeño salón con puerta a calle y una trastienda donde, al parecer, vivían. Estaba a la derecha, nada más abordar la bajada de la cuesta de la calle Real desde Los Gallegos. Medianero con la tienda de caza y pesca de los Ferrari, y junto al patio de don Leocadio, se enfrentaba al pequeño callejón por el que se llegaba al del Muro. El rótulo, Bilbao, del pasaje, apenas si se tenía en cuenta, pero la tienda de comestibles conocida como la del Tío del Bigote, del bueno de Bernardo, era muy popular. Ese tipo de negocio abundaba en Algeciras y en él destacaba la figura de Aurelio López, uno de los grandes emprendedores de la posguerra. Ya al final, pero esta vez a la izquierda, otra tienda de comestibles, que no sé si se llamaba El Paraíso, El Firmamento, El Universo o algo parecido, anunciaba, en la bocana de la Plaza, la llegada al bullicio del mercado.

Al fondo, la tienda de Bernardo hacia 1920. Al fondo, la tienda de Bernardo hacia 1920.

Al fondo, la tienda de Bernardo hacia 1920.

El patriarca de los Oriente debía de tener algo de poeta soñador de realidades inmensas, para que se le ocurriera acudir a un nombre como los citados, pero no consiguió con ello que la gente se refiriera al lugar como él pretendía. Para todos era la tienda de Oriente. Supongo que no será distinto en otros lugares; o por lo menos, muy distinto; pero en Algeciras –me lo decía un día José Ignacio Landaluce– los lugares se llaman como quiere el pueblo llano y no necesariamente como lo pretenden los que pueden ponerles los nombres que a ellos se les ocurre.

No sé yo si había más hermanos, pero de mis tiempos eran, Antonio y Lourdes, los dos guapísimos. Antonio fue uno de aquellos muchachos que abandonó el Instituto en cuarto, para irse a hacer una carrera corta de ingeniería, la de Perito Industrial, a Sevilla; de modo que ya estaba trabajando cuando otros muchos todavía andábamos dando los primeros pasos en la Universidad. A las escuelas de peritos, llamadas también técnicas de grado medio: básicamente, Obras Públicas, Industriales, Aparejadores, Navales, Agrícolas, Montes y Minas, se podía acceder con el bachillerato elemental, formado por los cuatro primeros años del bachillerato de entonces, de los diez a los catorce de edad.

La tienda de Oriente a la derecha, hacia 1945. La tienda de Oriente a la derecha, hacia 1945.

La tienda de Oriente a la derecha, hacia 1945.

El ingreso en una escuela de peritos era duro y la carrera rara vez se terminaba en los tres años previstos; tardar dos o tres más era lo habitual. El panorama que presentaban las escuelas técnicas en el sistema educativo, estaba espléndidamente ordenado; pero, las reformas que se fueron sucediendo a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, acabaron con su eficiencia. La política hizo estragos y el conocimiento fue siendo sustituido por la improvisación y la demagogia. Como suele suceder con una buena parte de los avances tecnológicos, las iniciativas nacieron en el seno de los ejércitos. Remontándose al caldo primigenio de la formación de técnicos superiores en España, puede tenerse la Academia de Matemáticas de Barcelona, creada en 1739 para formar ingenieros militares, como la primera escuela de su género creada en nuestro país. Después vendrían el Colegio de Artillería del Ejército, de Segovia, en 1762, y la Academia de Ingenieros de la Armada, en Cádiz, en 1772.

En nuestra posguerra se empezaron a rehacer los destrozos ocasionados por la tragedia de 1936. Las enseñanzas técnicas se ordenaron a dos niveles, las escuelas de ingenieros, para las que hacía falta el bachiller superior y el preuniversitario (antes el examen de Estado), y las escuelas de peritos, para las que bastaba poseer el título de bachiller elemental. Algo había de imitación al sistema francés, que aún perdura, de las llamadas grandes écoles, que nacieron a lo largo del siglo XVIII, si bien éste era mucho más elitista, dirigido a crear una clase dirigente a la que han pertenecido algunos de los personajes más importantes de la historia social del país vecino. Los franceses no se limitaron a la esfera de las ingenierías sino que extendieron la selección a las ciencias básicas y a las de la administración pública, la política, la sociología y la economía. Les grandes écoles son en Francia un suprasistema ajeno al ámbito universitario.

El ingreso en una escuela de peritos era duro y la carrera rara vez se terminaba en los tres años previstos; tardar dos o tres más era lo habitual.

Durante el régimen presidido por el general Franco, la esfera de los estudios técnicos se complementó con las llamadas Universidades Laborales, creadas por iniciativa del ministro de Trabajo, José Antonio Girón de Velasco, que lo fue de 1941 a 1957. Se calcula que medio millón de alumnos pasaron por ellas entre 1955 y 1986, año en que desaparecieron las 21 creadas hasta 1976. La primera, la de Gijón, en 1955, y la última, la de Vigo, en 1976. Se trataba de facilitar el acceso a los estudios de los hijos de los trabajadores, eran completamente gratuitas, incluso se proporcionaba a los alumnos ropa y calzado, y permitían, a través de un programa diseñado para la formación profesional y técnica, llegar a poder obtener el título de perito.

Un sistema de becas ofrecía la posibilidad de estudiar carreras universitarias o técnicas superiores a los alumnos egresados. He tenido compañeros matemáticos muy brillantes procedentes de las Universidades Laborales de Gijón y de Tarragona. Fui catedrático en la Escuela de Peritos Industriales de Vitoria y en la Superior de Ingenieros Agrónomos de Córdoba, amén de ejercer varios años antes de obtener la cátedra, en la Escuela de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos de la Universidad Politécnica de Madrid, todo lo cual me permitió conocer bien un sistema que la política ha ido deteriorando hasta más allá de lo que podíamos suponer los que lo conocimos.

Calle Sacramento, en la plaza del mercado, hacia 1950. Calle Sacramento, en la plaza del mercado, hacia 1950.

Calle Sacramento, en la plaza del mercado, hacia 1950.

Antonio Salvador Rus Bernabé, fue tal vez el primero de aquellos Peritos de Obras Públicas, que estudiaron en la prestigiosa escuela de Madrid, situada en el Retiro, en un complejo en el que está el Observatorio Astronómico Nacional y estuvo, hasta 1967, la Escuela T. S. de Ingenieros de Caminos. Antonio era el mayor de los hermanos de una familia dedicada desde varias generaciones a la ingeniería civil y a la construcción. Acabó, como sus hermanos, Rafael, Carlos, Miguel Ángel y Ana María marchando a otros lugares, pero antes conoció a Mari Luz Hidalgo, de una familia tarifeña de maestros talabarteros.

El padre de Mari Luz con su socio y concuñado, Coronado, se establecieron en la calle Sacramento, convirtiéndose en referentes de la artesanía del cuero en Andalucía. Manuel Carrillo, que se nos fue joven, como sus hermanos Isidoro y José María, se hizo aparejador en Sevilla. Manolo y Antonio Salvador eran un poco mayores que Antonio Oriente y Alfonso Barberán, el hijo de los maestros Alfonso y Cristina, que pilotaron la enseñanza primaria en el Instituto. Alfonso pertenecía a lo más granado de mi generación; se hizo perito industrial en Málaga y perteneció a la plantilla de la famosa empresa Sofico, cuando ésta era la inmobiliaria líder de la costa malagueña, no mucho antes de su escandalosa quiebra en 1974.

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