CAMPO CHICO

García Varona y el pequeño comercio

La Marina, hacia 1945.

La Marina, hacia 1945.

El fallecimiento de Ramón García Varona, el pasado domingo, cierra simbólicamente un capítulo de la actividad comercial en el casco histórico de Algeciras, de difícil recuperación. El esfuerzo de los resistentes, agrupados en torno a Apymeal, una asociación que ha recibido con la presidencia de Paca Ríos, una inyección de vitalidad, merece un respeto reverencial.

Paca pertenece a una modesta familia de artesanos emprendedores afincada, desde hace muchos años, en la mitad sur del casco histórico, nada más acceder a la calle de las Huertas, desde Emilio Santacana, junto a otra de las farmacias históricas de Algeciras, la más antigua, embellecida de parecida guisa a la de su colega, la de Javier Hernández. Juan, el hermano de Paca, tiene allí, con su esposa, un taller artesanal ligado a la relojería y a la conservación y reparación de joyas. En ese entorno, junto a sus padres y hermanos, Paca se hizo a sí misma y echó mano de su talento para situarse en ese mundo al que pertenece por derecho propio. Se reinstaló frente al parque y su fuerte capacidad emprendedora la ha llevado, entre otras cosas, a la gestión y en eso está, peleando con los tiempos que vacían las ciudades de sus almas, libándoles la sangre desde las inmensas sanguijuelas que son las grandes superficies.

Ramón procedía de Burgos, de donde llegó con su hermano mayor Santos que, siendo policía de profesión, optó por abrir una tienda en Segismundo Moret, entre la calle de la Alameda y la calle Río, frente al hotel Anglo-Hispano, que fue librado de la muerte súbita de la especulación, por Joaquín Calvo PdV, y alberga hoy al Consulado de Marruecos; una embajada, de hecho. Ramón había cursado los estudios secundarios en el ámbito de una institución confesional católica, que une a su original concepción una gran eficiencia educativa de inspiración francesa y que, con más de dos siglos de vida, está implantada en España. Eso habría contribuido mucho a hacer de él un hombre abierto y de fácil relación. Era, en cualquier caso, un gran vendedor, una persona de excelente vista comercial, que llegó a ocupar, en tiempos difíciles, la presidencia de la Cámara de Comercio del Campo de Gibraltar.

el hotel Anglo-Hispano hacia 1940. el hotel Anglo-Hispano hacia 1940.

el hotel Anglo-Hispano hacia 1940.

Cuando se reedificó en el solar donde estuvo La Favorita, la confitería y el obrador de pastelería de la familia Del Castillo Navarro, de la que formaba parte el gran Luis Alberto, Ramón adquirió un local en el que abrió una especie de bazar de vanguardia donde se ofrecían, en un ambiente distinguido, artículos de piel y complementos de moda, pañuelos, paraguas, sombreros, bolsos y cosas así; se llamaba Okapy.

Las grandes superficies estaban llegando a la provincia y el Campo de Gibraltar ofrecía unas posibilidades inmensas. Continente (hoy Carrefour) abrió en los primeros días del año 1980 y ya fue, desde entonces, un continuo aterrizar el de toda clase de establecimientos a gran escala. La sociedad de consumo se reinventaba y nacía otro modo de vender y de comprar. Se empezaba a abandonar la buena práctica de platicar con el vendedor como si se tratara de un amigo y a servirse de su experiencia para llevarse a casa lo mejor de lo deseado. El mecanismo de creación de la necesidad para activar el recurso se integraba en el proceso y las técnicas de venta masiva afinaban sus poderosos colmillos.

El bazar Fillol. El bazar Fillol.

El bazar Fillol.

En ciudades como Algeciras, la comunicación amistosa entre el vendedor y el cliente, abundaba en la socialización. Como en todas partes, pero con la particularidad de que en los sitios de tamaño medio y pequeño, es más frecuente el contacto entre aquellos, sobre todo, como es el caso, si el carácter de la gente lo facilita.

Comprar en Fillol era una delicia y en Ramírez una visita al pasado remoto. Recuerdo una feria en la que en el escaparate chaflán entre General Castaños y José Antonio, había un traje corto, con sombrero de ala ancha incluido, gris, como Dios manda, que daban ganas de estar en condiciones de ponérselo. Lo hizo Shamuti, que entonces, en sus primeros tiempos de representante del Banco Español de Crédito en Caracas, tenía un cuerpo serrano capaz de deslizarse entre las entretelas de un traje así. Nos hicimos una foto en la famosa caseta La Botica en la que Antonio López Canales y yo estamos flanqueando a un Shamuti que parecía sacado de un festival taurino en La Perseverancia. Fue una oportunidad feliz, porque Salcedo, el popular fotógrafo algecireño, contra lo que decían las lenguas de doble filo, al menos esa vez, llevaba carrete.

Alberto Pérez de Vargas, Santiago Sarmiento y López Canales en la Feria de Algeciras. Alberto Pérez de Vargas, Santiago Sarmiento y López Canales en la Feria de Algeciras.

Alberto Pérez de Vargas, Santiago Sarmiento y López Canales en la Feria de Algeciras.

Ramírez era una mercería en la que se encontraba de todo. Algo parecido pasaba en Mi Tienda, felizmente en pie y en una calle que está sufriendo una transformación profunda. Ahí está, adornando la vuelta con el callejón San Juan, en cuyo extremo, rondando Juan Morrison –por Juanito, el inglés– estuvo durante bastante tiempo la Comisaría de Policía. No lejos de la esquina está el misterioso pasaje Anchera del que habrá ocasión de escribir. Acompañaba a Mi Tienda, la taberna La Verdad y un establecimiento legendario, ya desaparecido, el de muebles de Julio Pérez, que sería regentado a su cierre por quien fuera el presidente sucesor de Juan Ricardo Delgado Silva, al frente de la histórica sociedad El Mero. Julio padre, era un hombre serio, alto, competente, y Julio hijo, complementaba su legado con una bondad, generosidad y proximidad poco comunes. Estuvimos juntos en clase con nuestra inolvidable Meme Rondón, en la trastienda de aquella zapatería que no parecía serlo, cuando andábamos allá por los diez años de edad. También estaba por allí, compartiendo espacio urbano, El Siglo XX, la tienda de tejidos de los Guerrero y, para terminar, los Tejidos López, que fue el primer gran establecimiento de telas en desaparecer.

La mercería Ramírez. La mercería Ramírez.

La mercería Ramírez.

Ramón García Varona no perdió su porte castellano y mantuvo su buen acento burgalés, como el de los Gayubo, que proceden de Aranda de Duero, si bien la menor de los hermanos del gran pintor Felipe Gayubo, María de los Ángeles, única entre varones, llegó a Algeciras tan pequeña que puede conjugar sin percibirlo, la belleza del castellano bien conservado con los matices de dulzura añadida del andaluz bien hablado y la gracia de la feminidad. Marigel, que es como la llamamos sus admiradores y amigos, ha administrado la obra de su hermano al fallecimiento de su madre sin que a pesar de su generosidad y de su buena disposición, haya podido conseguirse que se quedara para la contemplación y el disfrute de los algecireños. La Concejalía de Cultura no ha llevado hasta el final una gestión que habría permitido la conservación, para su exhibición pública, de una obra impresionante, que seguramente acabará repartida en la familia.

Los García Varona, Santos y Ramón, en su tienda junto al Río se convirtieron en proveedores de material de los aficionados a la fotografía, cuando estaba lejos de existir la tecnología digital y el fotógrafo complementaba el arte de detener el tiempo con el de interpretarlo en el revelado. Viví de cerca la actividad junto a mi hermano Ignacio y su compadre Antonio Rubio Díaz, uno de los más grandes entre los más grandes de nuestros paisanos de nacencia, estancia o vivencias. Antonio fue pionero de tantas cosas, dominó tantos saberes y supo poner motor a tantas iniciativas, que su recuerdo está impreso, indeleble, en las paredes de nuestros corazones. La tienda de Ramón era un lugar de peregrinaje para esos dos amigos y compadres que fundaron juntos en los albores de la década de los setenta, la Sociedad del Cante Grande. Cuando en los ochenta echó a andar la primera gran superficie de Andalucía, Continente, en Los Barrios, Ramón duplicó su presencia comercial, ocupando uno de los locales que ofrecía la empresa francesa a los comerciantes de la comarca.

Okapi fue, como Bastri, un negocio adelantado en la evolución del comercio de cercanía. De hecho, ambos supusieron una apuesta por la modernización y la especialización, manteniendo el pulso de la calle. Ramón, que estuvo casado con María Lourdes Gómez Pilares, fallecida hace nueve años, de la familia de panaderos de la calle de las Huertas, tal vez ha sido el mejor vendedor de cuantos he conocido.

A la izquierda, la calle de las Huertas. A la izquierda, la calle de las Huertas.

A la izquierda, la calle de las Huertas.

María Lourdes era pues, hermana de dos relevantes economistas algecireños, José e Ildefonso. Pasé muchos ratos con Ramón, en el acogedor recinto de su tienda de enfrente de la Sevillana y no pude evitar comprarle alguna cosa en una buena parte de las visitas. Era muy difícil escapar de la envoltura de sus habilidades, poseía una cualidad innata para crear la necesidad e incentivar, de inmediato, el deseo de satisfacerla. Hasta me vendió, en una ocasión, una cartera de piel para folios cuando ya estaba en el mercado la proporción Din A4, me convenció de que las hojas de papel estarían más cómodas en un habitáculo de mayor tamaño. Sólo he conocido a otro vendedor con su capacidad: Fernando, un tendero de la galería de mi barrio madrileño (Chamartín), que si no tenía un producto era capaz de convencer al cliente de que el que le convenía era otro, que este sí podía proporcionárselo.

Ramón García Varona, a la izquierda, en una entrevista para la SER. Ramón García Varona, a la izquierda,  en una entrevista para la SER.

Ramón García Varona, a la izquierda, en una entrevista para la SER.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios