La secuela del caso Rubiales

Resulta cuando menos curioso que un directivo con esos borrones vaya a dejar su puesto por un beso sorpresivo

Si cuando se tuvo conocimiento de las comisiones del presidente de la Federación Española de Fútbol a cuenta la celebración de la Supercopa en Asia no hace ni dos años (con la colaboración del futbolista Piqué, por aquel tiempo además jugador en activo del Barcelona) se hubiera incoado su oportuno expediente de inhabilitación, a lo mejor nos hubiéramos ahorrado los lamentables gestos del impresentable Rubiales tras la final del mundial de fútbol femenino ganada por las nuestras. Pero entonces, el CSD (o sea, el Gobierno) miró para otro lado, y prefirió dejar al patán campando a sus anchas, sin reparar en los posibles destrozos para la imagen del país (e incluso para los derechos personales de su entorno cercano) que un tipo de esa calaña puede ocasionar.

Ahora, cuando la furia social y mediática ha estallado aupada además por un fenómeno tan sensible como los derechos de las mujeres y su defensa vehemente por el nuevo feminismo, resulta fácil ponerse a favor de la corriente para recuperar el tiempo perdido, aunque me temo que no es tan fácil como parece. En España, la normativa deportiva permite que un tipo de dudosa reputación (ya ni siquiera dudosa) se embolse al año, entre unas cosas y otras, casi un millón de euros, y que además sea relegido casi sin oposición, pues su continuidad en el cargo depende en gran medida de los estómagos agradecidos (cómo se echa de menos en estos temas al gran José María García…) que no paraban de aplaudir la otra mañana. Y algunos ingenuos pensaba que iba a dimitir sin más, en un país además donde no dimite nadie.

Pero la maquinaria para ponerlo en la calle ya está activada, y no hay quien la pare. Resulta cuanto menos curioso que un directivo con esos borrones en su hoja de servicios vaya a dejar su puesto por un beso sorpresivo a una jugadora, de efectos retardados, porque por su comportamiento barriobajero en el palco nunca lo hubieran botado. Y bien me parece, ese machismo chulesco no deja de ser una variante de la mala educación. Con lo que ya no estoy tan de acuerdo es con esa pulsión tan en boga de extender el ámbito de la culpabilidad a quienes no tienen culpa ninguna, pero por las razones que sean (o incluso sin razones) no han tenido a bien pronunciarse sobre el tema, o lo han hecho tímidamente. Y es que al paso que vamos, para jugar en la selección va a ser necesario llevar las uñas pintadas.

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